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Turismo y agua

Los datos de turismo conocidos en las últimas horas ofrecen unos resultados al alza, con más viajeros y más movimientos de personas en todos los territorios de España.

En todos los puntos de nuestra geografía hay rincones bellísimos, sobre todo los que cuentan con unas propiedades naturales y un entorno con el agua como elemento capital.

Pienso que hay que saber optimizar lo que ofrece la naturaleza y convertirlo en un producto económico sosteniblemente explotado, como si fuera una plataforma para admirar la belleza espontánea que nos ofrecen los elementos, reconocida en aquella admiración platónica de los clásicos por el bien, la verdad y la simetría.  

Más o menos de esta manera he reflexionado en los últimos días sobre mi reciente escapada a la comarca extremeña de la Vera, donde se cumple esa cadencia sincera de la creación y su íntima relación con el hombre. Ubicada en las estribaciones de Gredos escenifica un modo de vida latente, lejano pero humanamente cercano a la vez,  al interpretar culturas y hábitos de supervivencia.

Los pequeños pueblos ordenados en la falda de la sierra guardan cientos de años de vivencias, con unas casas a modo de hórreos que no sólo cobijaban a las personas, sino también al ganado. Sus solanas o balcones sobrevolados guardan el olor del grano que se depositaba en ellos, la esencia de la carne curada tras la matanza, el vaho del pimiento en pleno secado y el perfume del tabaco cosechado. Esa estancia pertrechada en el exterior por sus vigas de madera de castaño enfrentadas, formaba parte de las construcciones de adobe que se levantaban al norte de Cáceres y sur de Salamanca aprovechando los recursos naturales como casa polivalente y versátil, con una aspecto vertical por los estrechos márgenes que deja la cadena serrana.

Pasarón de la Vera, Garganta la Olla, Valverde de la Vera, Villanueva de la Vera y Cuacos de Yuste son cinco preciosas muestras de esta arquitectura, con sus calles empedradas y acanaladas por las que transcurren las gargantas a modo de acequias. Disfrutar de un paseo por sus calles no creo que esté muy alejado de las reminiscencias de acervos de cientos de núcleos pequeños, pero éstos tienen la distinción de haber sabido conservar la esencia de su idiosincrasia, como cinco conjuntos artísticos históricos, bellos y encantadores como son, como un parque temático donde las mujeres que cosen en las calles no son actrices y te dan las buenas tardes, donde una cautivadora ‘beatilla’ canta antiquísimos salmos de su fiesta mayor, donde los mayores informan de que los canales manan todo el año con agua pura de la sierra, donde las familias explican el origen de las tradiciones de los empalaos o el peropalo, y donde todos respetan al emperador ‘cabezacuadrada’ (por Carlos I de España y V de Alemania) que curiosamente es uno de los principales atractivos turísticos de la comarca.

Madrigal, con su puente romano de Alardos; Guijo, el pueblo de más altitud y mejores vistas con su centro de interpretación de la reserva de caza (hay más de 3.000 ejemplares de cabra montés); Losar de la Vera; Jaraíz de la Vera, con el palacio Obispo Manzano que alberga el museo del pimentón; y Tornavacas completan un vergel que miles de personas eligen para contemplar y disfrutar.

El paso de numerosos civilizaciones por su historia, donde la Inquisición tuvo un importante papel, ha dejado huella en su arquitectura, con reminiscencias romanas, judeomedievales, y renacentistas. Un ejemplo de ello es Jarandilla de la Vera, con una de sus iglesias como destinataria de las culturas vetona, romana, visigoda árabe y templaria, una pila bautismal del siglo VI, y con el Castillo-palacio de los condes de Oropesa como atual sede de un parador nacional.

Pero el entorno natural, con las sierras de Gredos y de Tormantos y el río Tiétar como inspiradores, ha sido el que ha impulsado la proyección de este paraje a dos horas de Madrid, perfectamente conservado y abierto al mundo.  

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