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Susana sabía

Susana Díaz en su comparecencia tras finalizar el recuento de votos

Hace casi dos años (febrero de 2017), la opinión general es que Susana, si, Susana, la presidenta de la Junta de Andalucía que aún lo es, sabía “medir sus tiempos como nadie, porque es consciente de que su riesgo como presidenta socialista de la Junta de Andalucía es mayor que el de cualquier otro, aunque en el partido Socialista cuente con el mayor poder real: el número de afiliados del PSOE andaluz”. “Sabe también –decía yo en este mismo diario Lanza- que ese cargo le hace ser la voz más representativa del partido a nivel nacional, se diga lo que se diga o piense sobre ella”.

La historia del PSOE y el retorno de Pedro Sánchez a la secretaría general del partido y después como presidente del Gobierno no la hicieron cambiar el rictus de su cara, esa media sonrisa de quien se sabe con las espaldas seguras. Susana sabía que, de cada a unas elecciones, Pedro Sánchez tenía que cortejarla aunque se hayan dado duras batallas locales y provinciales entre unos partidarios y otros; nada nuevo, por otra parte.

Incluso sabía Susana que esa carrera hasta la identificación entre “Andalucía” y “yo” tendría un punto y final. Ningún presidente andaluz de los que la precedieron hicieron ese alarde de apropiamiento institucional y personal, político y de poder interno. Eran tiempos de crítica pública, derecha desaforada y expresidentes en el banquillo de los acusados. Eran tiempos de empoderamiento de la mujer, caída en picado de los resultados electorales en los otros centros de poder socialistas y era una mujer crecida en el aparato. Sabía que contaba con todo a su favor, incluso para haber arrebatado la secretaria general de otra forma al hoy presidente del Gobierno.

Todo esto lo sabía Susana el día que el factor externo al de la ruptura con Ciudadanos la llevó a convocar elecciones anticipadas en Andalucía, rechazando incluso la idea de que fuesen “todas a una”.

Sentido estricto de la estrategia

Hay quien opina lo contrario, pero la campaña electoral de Susana como candidata a la Presidencia de Andalucía ha estado bien, en el sentido más estricto de la estrategia, la presencia y la difusión. El “¡ay¡”, la pega es que Susana no había preparado una campaña para renovarse a ella misma. No imaginaba Susana que la fortaleza del adversario -el emergente, el conocido y el sorpresivo- iba a venir de Madrid, donde se pudre el conflicto de Catalunya y ha calado la idea de camino imposible para la minoría que soporta a Pedro Sánchez.

Susana no quiso jugar a ser el palo que sujetaba sobre el caballo al Cid Campeador muerto o a punto de estarlo, ni verse contagiada por sus penosas labores para frenar unas elecciones generales  que se ven inevitables. Ella, Susana, la presidenta, se vistió de “más Andalucía” cuando todos pedían “más España”, y ya se vería cual iba a ser el reparto.

No la han dejado sólo, como se dice, porque poco más podría haberle aportado un PSOE debilitado, un secretario de organización al que se le juntan los problemas internos, las elecciones y los problemas de un macro ministerio como el de Fomento (¿cuándo entenderán que ese Ministerio es incompatible con cualquier otro cargo político, por dedicación, responsabilidades políticas y competencias?). Susana ha tenido su territorio y su poder territorial en la mano, como el primer día que fue elegida presidenta. Sabía de qué iba la cosa. Lo que no ha sabido es proponer más Andalucía, una renovada Andalucía,  sin proponer, a la vez, hacer más España, la de la solidaridad, la de combatir por los derechos que ya existen… Y eso es lo que, según parece, Susana no sabía que se le avecinaba.

Cosa parte será cómo eliminar la niebla del “caso ERE”. Tampoco el PSOE ha hecho mucho por aclarar el origen del sistema, las razones sociales por el que se creó… además de las penas a quienes se hayan aprovechado. También eso, ahora que se va, era responsabilidad de Susana. Y lo sabía.

 

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