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A sangre fría y sin ningún ladrido

agravios

Lo niega todo, incluso no recuerda nada, ya que si no, de otra manera, estima que se hablaría fundamentalmente del cornudo, y lo asume todo, la importancia sin medida de su honor, de su sin tacha apariencia, en sintonía con la fría bandeja con la que se sirven a lo largo de la historia execrables crímenes cometidos como supuestas venganzas cuando se va al carajo una relación afectiva.

En realidad, no deja de ser todo falso. Su casamiento es ‘por poderes’, por una cuestión de estatus social, ni siquiera conocía a su esposa y al poco de desposarse -decisión en la que pesa el dinero de la contrayente- le tira casi más largarse al ejército y dejar sola a la novia. Su cosificación del ser humano como propiedad parece tambalearse al percatarse que su esposa en vez de quererle cerca parece preferir tenerle a miles de kilómetros en el frente, pero, lejos de darle clarividencia, el ácido sulfúrico de los celos le horada el cerebro y se convierte en un asesino silencioso con una coartada que le permita quedar como socialmente irreprochable.

Como si se tratara de una serie policíaca de resolución de crímenes, los malagueños ‘Jóvenes Clásicos’ tratan el thriller con muchos componentes psicológicos que atesora ‘A secreto agravio, secreta venganza’, de Calderón, y ambientan con fados de infinita tristeza cantados por Mai Martín el ambiente lisboeta en el que suceden la trama y los asesinatos. Martín conmueve con sus canciones y a la hora de interpretar a la solícita y atribulada sirvienta de Doña Leonor de Mendoza hace honor a su nombre, Sirena, y lo cuenta todo poco a poco en las interrogaciones de los dos detectives encargados del caso.

Sobre una alfombra redonda que pisan con los pies descalzos los actores y ante tres vaporosas cortinas de red transparentes, que hacen las veces de vitrinas para identificar cadáveres y sospechosos, transcurre la investigación y los flash-back de un compromiso entre dos jóvenes toledanos truncado por las erróneas misivas sobre el fallecimiento del joven en Flandes, lo que conduce a la dama a casarse con un desconocido portugués. Regresará el galán castellano para recuperar a su amor ya desposada con otro, quien percibe que su mujer ya no lo es tanto.

Buenísimas son las descripciones biográficas de los personajes, ahondando en los trapos sucios de los mismos -cuyos rostros se deforman al escucharlos como en un cuadro de Francis Bacon-, que realizan los investigadores al ritmo de una música entre circense y de gran espectáculo televisivo.

Pilar Aguilarte cambia con tan sólo recogerse el pelo en una coleta y enfundarse una chaqueta de Doña Leonor a la perspicaz inspectora Delgado, luciendo vaqueros al igual que Rubén del Castillo como el subinspector Ferrer que muda al desafortunado prometido Luis de Benavides al incorporar un chaleco a su indumentaria. David Mena como un Juan de Silva fiel a sus amigos que arrastra la condena del pez que se muerde la cola del honor que cosecha deshonra al tratar de sustentarlo con la violencia, y José Carlos Cuevas como Lope de Almeida, el maquiavélico celoso cuyo corazón y sangre se congelan tras el furor de los celos, completan el elenco de una producción que impactó por su contemporaneidad y logró un prolongado, sincero y estremecido aplauso en La Veleta como una de las grandes propuestas de AlmagrOff, tratando un tema muy vigente como el de la violencia de género con miles de víctimas de crímenes sin que muchas veces nadie pudiera haber supuesto el comportamiento mezquino y extremadamente vil de los agresores.

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