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Condenados a la extinción

N. V.
Cañada de Calatrava

A medio camino entre Ciudad Real y Puertollano, a unos cientos de metros de la A-43, aparece Cañada de Calatrava, el segundo pueblo más pequeño de toda la provincia, un municipio con poco más de 100 habitantes donde conviven personas mayores en su mayoría con algún que otro agricultor, sin apenas servicios, pero como dicen ellos, “con mucha calidad de vida”. Al entrar a la localidad, el alcalde, Tomás Peco Díaz, saluda en la puerta del Ayuntamiento, una pequeña casa con varios despachos donde ondean varias banderas algo descoloridas. Tomás Peco nació en 1944 en Cañada de Calatrava y volvió a su tierra hace 12 años, después de emigrar en su juventud a Ciempozuelos (Madrid), donde fue policía local.

El municipio cerró 2016 sin sobrepasar la barrera de los 100 habitantes por uno y Tomás Peco Díaz cuenta que, aunque hay algún empadronado nuevo, sólo “unas 80 personas” pernoctan. El éxodo rural fue evidente a partir de 1965, cuenta el alcalde, al recordar que la agricultura era el único medio de vida, a igual que hora. Hoy en día resisten “tres, cuatro o cinco agricultores grandes con empleados”.

En Cañada de Calatrava hay consultorio: “los lunes y los jueves viene el médico, y los martes la ATS, que toma la tensión y controla a todo el personal”. Tiendas no hay, pese a que los vendedores ambulantes no faltan: va el frutero, el panadero, otro con productos de limpieza y hasta un camión de reparto que llaman “la tienda en casa”. Tampoco hay colegio, aunque los niños, que los hay, tienen en apenas seis kilómetros las aulas de Corral de Calatrava, a donde acuden en taxi.

El amor a su pueblo y a esa gran familia que forman ha hecho que muchos de esos vecinos que emigraron vuelvan y también que sus calles se llenen de ruido en verano, cuando gran parte de las puertas vuelven a estas abiertas. Miguel Gómez Peco, presidente de la asociación de jubilados y pensionistas de Cañada, es uno de los vecinos que volvió hace 14 años después de pasar por Madrid y Ciudad Real con su profesión: policía nacional. Mientras que invita a unos churros por su cumpleaños, 69 ya, Miguel Gómez confiesa que “aquí se vive muy bien, muy sano, muy a gusto, porque somos pocos, pero en general está muy bien”. Lo cierto es que, a pesar de la falta de servicios inmediatos, los vecinos casi no los echan de menos, porque pueden disfrutar de los paseos por el campo, de la tranquilidad, pero en unos minutos de coche están en Ciudad Real.

La posible reapertura del aeropuerto de Ciudad Real es la que llena de esperanzas al vecindario, que contempló como durante su construcción se juntaban cada día a comer “cincuenta o sesenta personas” en el salón del bar del pueblo. Éste es un espacio que fue la antigua escuela, que también ha sido “teleclub” y que en la actualidad es lugar de cafés mañaneros, cañas a mediodía, festejos populares, celebraciones familiares y cualquier encuentro vecinal.

Ahora bien, Cañada de Calatrava ha sido un sitio de oportunidades y si no que pregunten a Cinthia Requena, natural de Bolivia que vive allí desde hace ocho años, ahora como responsable del bar, y que después de pasar por Barcelona y Ciudad Real admite que espera “echar raíces” en La Mancha. Entre amigas, Cinthia cuenta cómo estuvo durante dos años en Barcelona y en todo ese tiempo no llegó a conocer a los vecinos que vivían encima ni debajo de su piso y, mientras que incita a la reflexión sobre la importancia de estar entre gente “agradable y abierta” en un lugar “acogedor”, destaca que en estos pueblos “hay mucha más calidad de vida que en las grandes ciudades”.

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