Icono del sitio

“Los numerosos gastos de mantenimiento apenas compensan las ganancias”

J. Y.
Ciudad Real

José Miguel Rodríguez, cotitular de la rehala ‘Los Indios’ muestra su sorpresa por la confusión que ha creado la inédita incursión de la Inspección de Trabajo en la última temporada de caza.

La rehala con once años de vida y compuesta por más de medio centenar de ejemplares, principalmente podencos y de cruces con mastines, está ubicada en Navacerrada, pedanía de Almodóvar del Campo, en cuya comarca suele cazar con su socio Julián Rodríguez. Además, por su reconocido trabajo, también acuden con una veintena de perros a donde son requeridos hasta completar una media por temporada de 40 prestaciones en monterías comerciales.

“La actuación del Ministerio de Empleo y Trabajo ha causado mucha confusión en el colectivo, porque nosotros realizamos una actividad que se considera deportiva. Tenemos unas retribuciones por estos servicios, aunque  hay casos en los que los titulares de los cotos no pagan y a cambio de este trabajo dan al perrero un puesto en la montería”, explica.

Define la labor de las rehalas como una actividad “muy importante” porque se centra en “remover la caza” con la suelta de los perros dentro del terreno con monte que está acotado para tirar a los jabalíes y venados.

Sobre su situación desde el punto de vista legal, Rodríguez señala que “es un hobby” y que “no sabemos muy bien cómo nos considerarán” porque a la hora de tramitar la licencia “dicen que estamos a caballo entre una actividad deportiva y la ganadería”.

Precisamente, las potenciales ganancias pierden valor al tener en cuenta los numerosos costes económicos para el mantenimiento de las recovas, según sostiene este rehalero vocacional, tanto por los gastos en alimentación y los que conllevan el cumplimiento de las normas sanitarias y de higiene, como por el importe que supone el transporte de los animales.

Para empezar, los titulares de una rehala tienen que tener autorizado un núcleo zoológico correspondiente al espacio de las instalaciones donde viven los perros, a lo que se suman los cuidados veterinarios y alimenticios.

“Las perreras han de cumplir unas condiciones determinadas de luz y temperatura”, relata, así como “cada día invertimos al menos un par de horas en darles la comida, los medicamentos si los necesitan y también en su limpieza”.

De esta manera, las vacunas, los piensos y el agua conforman un gasto fijo para el rehalero que apenas se compensa con las ganancias de las monterías, en las que tienen que asumir también los gastos de combustible del vehículo que transporta a los perros.

Los socios Rodríguez, dedicados profesionalmente a otras actividades también relacionadas con el campo, son un ejemplo de rehaleros a nivel de aficionado, por vocación y por apego familiar a la caza.

Salir de la versión móvil