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Un tentadero con la importancia de un festival

Atadecer de tentadero en Pinos Bajos Foto Jacinto Sánchez

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Ayer jueves se celebró un tentadero con contenido en la finca Pinos Bajos, en el término de Fernán Caballero, cuartel general de la ganadería de Víctor y Marín. Allí se dieron cita tres toreros con mensaje. Distintos –benditas diversidades-, pero mensaje y compromiso al fin y al cabo.

El primero de ellos fue Curro Díaz, torero estilista que, afortunadamente, no tiene reparo en enfrentarse a todo tipo de ganaderías en cosos de toda ralea, incluidas las plazas de tientas.

El de Linares es un fijo en los tentaderos de Víctor y Marín desde hace años, y nunca ha puesto un “pero” a los vacones que allí se echan; si acaso a los astifinísimos pitones que lucían las becerras objeto de tienta. Quizás por ello –o puede que no- las de ayer estuvieron despuntadas, si bien sus embestidas siguieron teniendo su importancia acostumbrada. De hecho, durante la tienta a su segunda vaca, Curro llegó a declarar a quien quiso oírlo que venir a tentar a Pinos Bajos era como anunciarse en un festival.

Y a fe que debe ser verdad, porque él lo dice, que es quien se pone delante, y porque las acometidas de las becerras a las que se enfrentó derrocharon casta como para arrugar al más pintado. No a Curro que, primero con mando, metiendo en la muleta las broncas acometidas iniciales, y a continuación con su personal estética, domeñó a sus antagonistas y lució su toreo para gozo de los numerosos aficionados presentes.

También tentó Fernando Tendero, en trance de vuelta a Ciudad Real después de que el 2017 pinchara una gran faena al natural a un toro de Victorino en el coso manchego.

El de Villarta continúa ejecutando un toreo de corte vertical en el que los cites y los muletazos son guiados tanto por la punta del palillo, lo que dificulta una armónica despedida de las embestidas, como por la panza de la muleta, lo que dota al toreo de mayor mérito y compás en su evolución y consecución.

Carlos Aranda fue el tercer espada invitado. El de Daimiel afronta este domingo la tarde más importante de su carrera hasta el momento; su debut en la plaza de toros de Las Ventas, en su caso como novillero con picadores.

Carlos, uno de los novilleros con más afición que uno ha conocido, sigue poniendo sobre el tapete un toreo de gran plasticidad, de riñones hundidos y trazo muy largo, aunque con altibajos a la hora de armonizar las evoluciones de las vacas con lo que él pretende hacer a los animales. Su primera vaca tuvo un muy importante pitón izquierdo, yendo hasta el final cuando los toques y el embarque fueron más adecuados. Cuando los toques tuvieron menos compás, las embestidas empeoraron.

El domingo, sin ser el día del juicio final, debe seguir con ese más que recomendable concepto de toreo entregado, vaciando las embestidas haciendo dentro y sintiendo el toreo. Él sabe cómo. Puede y debe hacerlo.

El tentadero también supuso el descubrimiento de Guillermo Soto, un incipiente aprendiz de torero de la Escuela Taurina de Miguelturra, que compuso la figura con gusto y, sobre todo mando, bajando mucho la mano a las becerras, tanto que no fueron infrecuentes los pisotones de las vacas a su muleta que, o bien es demasiado grande, o que la hace viajar demasiado rastrera. Sea como fuere, apuntó cosas realmente interesantes a las que habrá que seguir con atención.

Como anécdota diremos que por un corte sufrido en una mano no pudo picar Ignacio Sánchez, ocupando su lugar el banderillero Óscar Castellanos, quien puso su destreza a caballo –además de su brazo- para picar más que decorosamente todas las vacas que salieron al ruedo de esa impagable casa ganadera que es Víctor y Marín.

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