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Los curristas de Luis Ramiro

Luis Ramiro Castigado

Hace algunos meses, un relativo clamor popular obligó al cantante Luis Ramiro a autorizar la reposición digital de su primer álbum de estudio, Castigado en el cielo, condenado al ostracismo por el propio autor. En ese clamor sobresalían dos voces contradictorias, las suyas particulares: la de su conciencia artística, que le empujó a grabar varias maquetas cuando la canción de autor no estaba tan en boga entre el público joven; y la de su juicio personal, que rechazaba de pleno algunos aspectos de la grabación. Por otros canales llevaban años manifestándose opiniones que daban cuenta de la prevalencia que varios himnos incluidos en ese CD tenían, no ya sobre las creaciones de esa mayoría amplia de miembros de su generación que carecen de su talento o no consiguieron salir adelante, sino también sobre una parte del cancionero de Ramiro.

En la América Latina al suertudo creo que lo llaman bacán y en eso ha devenido este testimonio encallado, que consigue salir a la luz tras un boicot que vino primero del departamento de promoción de la disquera y luego del afán perfeccionista del cantautor. En la década de preparación previa, Luis Ramiro aprendió a tocar la guitarra y el bajo y compuso letras y melodías, algunas de las cuales las reunió luego en este volumen: según una nota de la época, firmada por la agencia Europa Press, “descartó más de 120 canciones hasta conseguir encontrar los temas adecuados”. Cualquier persona con un criterio informado acerca de Ramiro es capaz de ver, entre las doce elegidas, como mínimo ocho que son a la carrera del madrileño lo que las cláusulas innegociables a los contratos de los grandes futbolistas.

De Luis Ramiro y los primeros recovecos de su obra supe por algunos entusiastas de cercanías, como Alicia, una de esas que le financian los discos y van a sus conciertos con la incondicionalidad propia de los aficionados de Curro Romero. En el Pachamama, uno de sus escenarios totémicos, lo habremos visto unas veces y otra más en una estancia absurda y gloriosa que se sacaron unos de la manga, que tenía una estructura cúbica, como de patio vecinal (recuerdo que había espectadores en la cabina del pinchadiscos), con una columna en medio. También estoy en deuda con el crítico musical Carlos de Abuín, un maño con blog incorporado en el cual habló de Ramiro en los siguientes términos: “cantautor joven que, posiblemente sin pretenderlo, abandera una nueva generación de autores que toma el relevo de la anterior”. No hay reseñas que me gusten tanto como las de aquella web, Autaria, que todavía releo.

Al contrario de lo que omitió un juglar en aquella tonada, parte de lo que sucedió alrededor del estreno de Ramiro sí lo cuentan las crónicas, y también lo contaré yo. Castigado en el cielo lo grabó la banda de entonces de Jorge Drexler, en un estudio madrileño. Quienes sean devotos del músico uruguayo desde antes de que ganase el Oscar recordarán al baterista Borja Barrueta, al bajista Gonzalo Gutiérrez y al guitarrista, y muchas cosas más, Vicent Huma. Y, por encima de todo, la casa Sony: como recuerda Carlos de Abuín, “Luis Ramiro fue el primero en acceder a una multinacional”, factor que al principio se presumía una ventaja pero que desembocó en un choque de intereses. A Castigado en el cielo le estaba designada mejor suerte, prueba de lo cual es que se vendió en las mismas superficies comerciales a cuyas cajeras tanto cantó su autor.

¿Hará falta que demuestre el indudable entusiasmo con que la parroquia recibió este trabajo mítico? Tomemos como medida un índice que utilizan en la actualidad los propagandistas: los comentarios de los internautas. Pocas tiendas virtuales existían en 2007: Amazon no lanzó su sucursal española hasta el otoño de 2011 y no sé si El Corte Inglés, en línea desde 1999, vendería en línea igual que ahora, convertido en un servicio a nivel mundial. Pero la Fnac sí conserva su ficha (Amazon la tiene también) de Castigado en el cielo, descatalogado desde hace años. Nueve compradores dejaron impresiones, todas positivas, en la página de la cadena francesa: si se les suman las que constan en foros de diverso alcance, resulta que no tantas obras posteriores, de Ramiro u otros artistas de su estilo, han conocido esa aprobación unánime, cuando la población con acceso a internet ha aumentado exponencialmente desde 2007.

A veces da la impresión de que Luis Ramiro funciona con dos varas de medir, y que entre estas tiene dividida la tarea; en correspondencia, su aforo se divide también entre un público que va o viene con las modas (él lo sabe) y otro, que debe fidelidad a unas esencias, que no pueden movilizarlo los gabinetes de publicidad. Repescar esta pieza primeriza, tan icónica como lo pueden ser las de Carlos Chaouen o Quique González, es una decisión de buen gusto y sensatez por parte de un creador que, de paso aunque algo tarde, demuestra que siente un respeto por esos seguidores suyos que antes identifiqué con los curristas, que aplaudían a Curro Romero hasta cuando tenía que salir corriendo de las plazas, según las malas lenguas. Además, la presentación del disco se hizo en Madrid tal día como hoy hace doce años.

Luis Ramiro, Pachamama (Huertos, 1). Sábado 30 (22.00). 15 euros.

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