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Más chulo que un ocho sale tras 92 días de lucha contra el coronavirus

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Cosme Jiménez Villahermosa, de 72 años y natural de Membrilla, lo ha pasado realmente mal. Se ha tirado 92 días ingresado en Quirón Salud, sesenta de los cuales estuvo en la UCI. Pero, como es “muy presumido”, relata su hija Bea, hizo ‘lo imposible’, pese a los estragos en la musculatura, los días antes del alta para salir con el andador, ya que no quería hacerlo en silla de ruedas.

Afuera este lunes 22 de junio le esperaban familiares y amigos, entre ellos los saxofonistas José Antonio Fuentes y Pablo Alhambra y el trompetista Rafael Ramírez que le tocaron, entre aplausos, ‘My Way’, de Frank Sinatra, y el pasodoble ‘Campanera’, con el que, “muy currito”, hasta se atrevió a echar un baile. Ésta es una de las secuelas, piensa su hija, que le ha dejado el coronavirus porque a él nunca le ha gustado bailar y además lo hace “fatal”.

Bea ha heredado el excelente sentido del humor de su padre, quien lo ha utilizado como fiel aliado ante una pesadilla seguida con mucha angustia y desasosiego por su familia ya que desde que ingresó el 23 de marzo, “no pudimos verle hasta el 22 de mayo” y tan sólo ella y su hermano Antonio, porque los otros tres hijos de Cosme residen en Francia, Marruecos y Lanzarote. La experiencia ha sido “muy angustiosa” porque, lo que parecía que iba a ser una gripe”, ya que los días previos estaba algo pachucho pero “no se le veía tan mal”, desembocó en un mareo, el ingreso ese mismo día en la UCI y sesenta días de espera con muchos altibajos ya que a veces “los partes eran de mal pronóstico”, narra Bea, que agradece la labor de los sanitarios que nunca “han tirado la toalla” y “siempre buscaban alternativas” para tratar de salvarle.

Sobre lo que les ha contado de estar tanto tiempo solo, Bea comenta que “hay cosas de las que no se acuerda” y otras las vivió “con mucha angustia” como si estuviera constantemente “entre la pesadilla y la realidad”. Él tenía la sensación de que estaba “entre cartones en el suelo, como si estuviera en una guerra”, a veces enfadado porque creía que sus familiares no se estaban enterando de nada y no venían a por él a sacarlo de ahí, con lo que “a veces pensaba que eso era muy duro y quería tirar la toalla”, pero también expone que se le aparecía la imagen de una mujer, de la que sólo veía los ojos –y que probablemente fueran las enfermeras- que le animaba a comer y tirar para adelante, y le decía que todo iba a salir bien.

Así fue y le trasladaron a planta, donde comenzó una nueva remontada. Cuando los pacientes salen de la UCI, el nivel muscular es escasísimo, tanto es así que “no se pueden ni girar en la cama” y les cuesta “horrores” estar cinco minutos sentado. “Era un calvario, cada día era sumar minutos sentado” y “los primeros días lo movían en grúa”, describe Bea, que recuerda cómo las primeras palabras de su padre, maestro jubilado y escritor, fueron “gracias a todos por salvarme la vida” y les recitó el Romance del Prisionero, con lo que ya se ganó “la fama del poeta”.

Estando en planta, Cosme se animó a sacar una edición especial del libro ‘Relatos de taller’, obra colectiva que publicó el año pasado junto a otros cuatro autores, y ha repartido ochenta copias en agradecimiento a los profesionales que le atendieron, comenta su hija, que resalta el sentido del humor que ha empleado su padre, “siempre haciendo juegos de palabras”, para afrontar lo que sucedía. Como ejemplos, cita cómo, cuando aún no controlaba el aparato digestivo, confesó sin rodeos “Me declaro inocente, pero la he vuelto a cagar”; cuando le quitaron la sonda y pudo ir a orinar resumía al regresar “Micción cumplida”, o cuando le tuvieron que volver a colocar la sonda asumió la situación exclamando “Nada, al final ‘Micción Imposible’”.

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