La esquina más maravillosa del mundo

Hace poco, alguien escribió que perder un partido de fútbol era como morir y seguir existiendo. Morir y no apagar la luz. Morir y permanecer en la tumba con los ojos abiertos. Con la ansiedad acentuada por las paredes de madera y el techo bajo. Con la ansiedad de darle mil vueltas a la cabeza. Así, sin más, el símil puede parecer exagerado. Seguramente sí. Pero si ese partido perdido, es de fútbol sala, es en el Virgen de la Cabeza y es el que Valdepeñas perdió con Rivas hace una semana, igual no lo es tanto. Porque aquel partido estaba controlado. Faltaban dos minutos para el final y estaba controlado. Pero fueron los detalles. Los malditos detalles. Los mismos que le dieron a Valdepeñas siete victorias seguidas. Los mismos que le mantuvieron ocho partidos invicto. Esos mismos, fueron los que le hicieron perder. Y sí. Acabó el partido, y fue como estar muerto. Por un rato así fue. Porque fue el típico partido, de final cruel, que te deja con muy pocas ganas de levantarte del asiento. De salir del pabellón. De llegar a casa. De tener que esperar toda una semana para el próximo partido. Una larga semana. Más de lo que suelen serlo. Seguramente, olvidamos que, a veces, también se pierde. Y que tanto ganar es peligroso. Porque genera muchas expectativas. Porque cada vez se espera más. Y si no las cumples, y si no haces otra cosa que ganar, todo es un desastre. Y ese nivel de exigencia no es fácil de soportar. Porque conlleva un desgaste físico y mental enorme. Por eso, estar tanto tiempo primero, ganar tanto y tan seguido, tiene un mérito tremendo. Habrá que disfrutarlo mientras dure.

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El equipo valdepeñero quiere resarcirse de la derrota de la pasada jornada en casa ante el Rivas / Foto: ACP-FS Valdepeñas

Valdepeñas juega este sábado en Elche. Allí saben muy bien lo que es perder. Llevan toda la temporada perdiendo más que ganando. En casa y fuera. Toda la temporada sufriendo. Conviviendo con el drama. Jugando semana tras semana para salir del último puesto de playoff. O para alejarse de él, si es que en algún momento lograba abandonarlo. Un comienzo de liga horrible. Una victoria en el primer partido y luego 9 jornadas sin ganar. 8 derrotas y un empate. Eso se llevó por delante al entrenador, a la ilusión y a todas las esperanzas de volver a jugar el play off de ascenso. La situación llegó a ser tan delicada, que en noviembre, ya estaba sentado en el banquillo Carlos Sánchez.

Carlos Sánchez es un clásico del fútbol sala. Por todos los años que jugó. Por lo que ganó. Por los equipos donde estuvo. Redislogar Cotransa, que bien suena Redislogar Cotransa. Caja Segovia, Talavera. Carlos Sánchez jugó en ellos. Siempre estuvo acostumbrado a ganar. A jugar finales. Suyo fue el gol que le dio a Talavera la única Copa de Europa que ganó. Por eso, cuando dejó de estar en ese tipo de equipos, que jugaban para ganar, poco a poco, comenzó a perder la ilusión. Tanto, que con poco más de 30 años, ya había decidido dejarlo. Fue a mediados de la que fue su última temporada como jugador, una mañana de enero del año 2002, cuando su club, Cartagena, le comunicó que Caja Segovia le quería como entrenador. Acababa de dimitir José Venancio López y buscaban con urgencia un sustituto. Carlos Sánchez no fue su primera opción. Pero no le importó. Porque era una oportunidad que no podía dejar pasar. Se había estado preparando para ello. Y no lo dudó. Porque Carlos Sánchez es un tipo seguro de sí mismo. Y le gustan los retos. Y este lo era. Esa temporada Segovia llegó a semifinales por el título de liga. Después de aquello, siguió entrenando. Y le fue bien. En Primera y en Segunda. Casi siempre presente en playoff por el título de liga. En Copas de España. Hasta que Elche le llamó. De manera urgente. Y aceptó. Porque a Carlos Sánchez le gustan los retos. Y este también lo era.

Carlos Sánchez, entrenador del Elche / Foto: ACP

No debió ser nada fácil llegar a un equipo que, partido a partido, se estaba desangrando. Ni dirigir a unos jugadores que en pocos meses habían pasado de jugar una final de playoff por el ascenso, a luchar por no descender. Pero un equipo que tiene nombres como Kiwi, sobre todo Kiwi. Que tiene a Jesús García y a Rubí, a Óscar Ruiz y a Josema, a Cristian Cárdenas, no podía estar abajo. No era lógico. Costó. Tardaron tres meses en recuperarse. Pero lo hicieron. Fueron capaces de ganar en Antequera. Hicieron de su pabellón un matadero. Y allí perdieron Puertollano y Burela. Allí fueron capaces de remontar al Betis 5 goles en 16 minutos. Ahora, después de 7 partidos sin perder, están 10 puntos por encima del descenso. Eso es lo que se encontrará Valdepeñas. Un equipo recuperado. En ascendente. Con mucha confianza. Y mucha hambre.

Cristian Cárdenas, jugador del Elche

Recordar es pasar por el corazón. Cuando a cualquier aficionado de Valdepeñas le nombras Elche, recuerda. Pasa por el corazón aquel triste fin de semana del pasado mes de abril. Aquellos dos partidos, que el paso del tiempo ha hecho que sus imágenes, sus sensaciones, parezcan uno solo. Esas cosas nunca se olvidan. Pero lo trascendente del partido de este sábado, ha hecho que aquel recuerdo encoja. Porque este sábado Valdepeñas se juega mucho. No se juega la vida, pero casi. Este sábado es el momento de ganar. Solo de ganar. Y luego mirar otros resultados. Pero primero ganar. Y este equipo puede. Lo lleva haciendo toda la temporada. Y ahora no va a dudar. No se va a rendir. No va a ceder. Porque en Valdepeñas nunca hubo un equipo tan fuerte. Tan maduro. Nunca estuvo tan cerca de alcanzar el sueño.

Los jugadores valdepeñeros celebran un gol / Foto: ACP-FS Valdepeñas

Y no estarán solos. Dos autobuses y una larga fila de coches irán a Elche. No sería exagerar que al menos 200 aficionados azulones estarán en el Esperanza Lag. Así se llama el pabellón. Y aquello será una fiesta. Una locura. Una preciosa locura. Llena de locos buenos. Vestidos de azul. Con camisetas azules, con bufandas azules. Con bombos. Con el alma. Todos. En una esquina, la que sea, da igual, porque será la más maravillosa del mundo. Ellos harán que aquello parezca el Virgen de la Cabeza. Que aquello lata como lo hace el Virgen de la Cabeza. Desde el principio. En cuanto se abran las puertas. En cuanto los jugadores salgan a calentar. En cuanto salgan los dos equipos a la pista. Durante todo el partido. Hasta el final. Lo que en aquella esquina se vivirá, lo que allí se sentirá, hará que todos se sientan orgullosos de estar en ella. Orgullosos de que su pueblo sea Valdepeñas. De que su escudo sea el de los balones y las uvas. Y no se rendirán. Los locos de azul no se rendirán. Nunca lo han hecho. Y los jugadores lo saben. Y tampoco se rendirán. No podrán hacerlo. No les dejarán. Y todos juntos, todos lucharan por un sueño. Hasta el final. Hasta el último suspiro. Ojalá todo salga bien.

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