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A buenas horas, mangas verdes

Sólo ha hecho falta que el Sr. Aznar se postulara para liderar el centro derecha, para que el Partido Popular de Ciudad Real, a través de su vicesecretario de organización y portavoz en el ayuntamiento de Ciudad Real, D. Miguel Ángel Rodríguez, reconozca públicamente, pero en diferido, la corrupción ligada a la formación política a la que él pertenece. Y decimos en diferido, porque ese partido se jugó hace mucho tiempo y su resultado ya lo sabíamos todos los ciudadanos.

Así que el Sr. Rodríguez, en un ataque de moralidad, ha sacado a pasear toda su artillería, recordándole a su antiguo jefe de filas los problemas con la justicia de determinados próceres militantes del PP, o estrechamente relacionados con este partido político, que en su momento asistieron a la principesca boda del Escorial. Fuego amigo, que se dice. Por cierto, el Sr. Rajoy también asistió al enlace de la tercera infanta. Ya verá, Sr. Rodríguez, como, al final, no se salva ni el padrino, su falso mesías de antaño; porque reconocerá que la madre de la novia tampoco ha dejado su responsabilidad política por la puerta grande.

Ahora, que el Sr. Rodríguez reconoce públicamente que “algo hubo”, que eso de la Gürtel no era una conspiración contra el PP, convendría que hiciera un examen de conciencia, echara la vista atrás y expusiera su versión de los casos Aquamed, Aexpa, ambulancias de Madrid, Canal de Isabel II, amnistía fiscal, Andratx, Arena, ático de Estepona, auditorio de Murcia, Comunidad valenciana, Carlos Fabra, etc. Así, hasta más de doscientos casos judiciales abiertos a dirigentes del PP, por toda la geografía nacional, en el ejercicio de sus responsabilidades políticas ante los ciudadanos.

Estamos convencidos de que los votantes del PP son honestos y ciudadanos ejemplares. Estamos convencidos de que la inmensa mayoría de los cargos públicos del PP son honestos y ciudadanos ejemplares. Pero, Sr. Rodríguez, asuman de una vez por todas sus responsabilidades y eviten enrocarse en su demagogia, para no volver a caer en la contradicción de reconocer sus miserias cuando uno de los suyos les molesta.

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