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Carta a Cayetano Sempere Gil

Querido Cayetano: Cuando Pascual Crespo me llamó por teléfono para decirme que habías  fallecido hacía dos horas, no creí que pudiera soportarlo. De repente, me vinieron a la mente tantos buenos momentos vividos en Granada, cuando hacíamos la carrera de Farmacia. La lucha por labrarnos un porvenir, para colocar nuestros los títulos en el frontispicio de la botica de nuestros padres, ya mayores, ambos farmacéuticos; el tuyo, Cayetano Sempere Beneyto, ciudadrealeño; el mío, Salvador Arias Martínez, argamasillero. He tenido el inmenso placer de conocer a Carmen, tu fiel compañera, “en la salud y en la enfermedad”, sé que tu hija Carmen, farmacéutica, vive hace muchos años en Londres y que “Tano”, en Madrid, es un prestigioso médico del Ramón y Cajal.

Me siento tan manchego como cualquiera de los ciudadanos de esa bella e histórica ciudad. Mi padre me enseñó a amar la tierra que le vio nacer, a conocer sus costumbres, su rica y variada gastronomía, el color de la tierra, el olor del trigo recién cortado, los inmensos viñedos, los históricos molinos, las seguidillas manchegas, tan rítmicas y acompasadas, de las que derivan las seguidillas sevillanas (que al haber adquirido personalidad propia hoy se las conoce solo como sevillanas).

El último año de la carrera de Farmacia fue triunfal, el mejor de todos, la experiencia nos condujo al ansiado término. Antes, la Botánica casi acaba con nosotros. ¿Te acuerdas? ¿Y de nuestro celebrado éxito en Historia de la Farmacia? He ido a Ciudad Real a verte varias veces. En cierta ocasión, sin que tú lo supieras, me hospedé en un hotel. Fue solo una noche. Pagaste la cuenta y me llevaste, indignado, a tu casa.

Cuando hablé con Juan, tu único hermano varón, entre sollozos, me decía: “Salvador, me he quedado solo, no sé qué va a ser de mí; tengo sobrinos, tengo muy buenos amigos… pero no tengo a mi hermano”.

En Ciudad Real te habrán llorado muchos amigos, entre ellos Pascual Crespo, Manolo Ontañón y otros que no recuerdo, pero tu generosidad, hospitalidad y bonhomía han trascendido los límites de La Mancha; en Santander, donde vivo, te recuerdan con todo cariño Asun, mi esposa, que te conoció en Granada, un año antes que yo. Fernando Compostizo, Pepe Mijares y yo, que no encuentro consuelo. Iré a Ciudad Real a dar el pésame a tus seres queridos. En ese viaje me tocará llorar. Adiós, Cayetano. Adiós, hermano del alma.

¡Que Dios te haya acogido ya en su seno!

 

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