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Solana del Pino

Cuando la alcaldesa de un pequeño pueblo de quinientos habitantes lanza un grito de desesperación y proclama su deseo de desvincularse de la comunidad autónoma a la que pertenece y adherirse a otra vecina y fronteriza, no es para tomarlo a broma. Cuando un pequeño municipio situado en la periferia geográfica de una provincia y una región económicamente periféricas siente el desamparo del gobierno de la comunidad de la que dependen los servicios básicos de sus ciudadanos y se rebela contra él, no lo hace por capricho, sino porque no encuentra salida a la asfixia real de su economía por los cauces institucionales establecidos.

Los problemas reales de la gente se palpan con toda su crudeza en el ámbito municipal, el más cercano a los dramas que hoy viven muchos españoles acuciados por el paro y por la falta de recursos y expectativas futuras. Cuando los alcaldes tienen que afrontar cotidianamente los dramas y miserias que les rodean, deben mirar a la administración autonómica que posee las competencias en servicios sanitarios, sociales y educativos. Pero si su gobierno autonómico está aferrado a discursos tecnocráticos e insensibles no resulta extraño que surja el sálvese quien pueda. Y acaso la salvación pueda estar en otros gobiernos, en otras comunidades capaces de afrontar la crisis con otras fórmulas, con diferentes estilos y mejor y más justo reparto de los esfuerzos y los sacrificios.   

Cuando la respuesta del gobierno regional consiste en saltar sobre la yugular de esa alcaldesa y de ese pequeño municipio con la artillería pesada y la necedad de la que hacen gala los argumentarios de los aparatos de propaganda de los partidos, no es de extrañar que se busquen otras salidas, aunque sea a la desesperada. Salidas que tampoco tienen por qué escandalizar. Aquí no hay patriotismo castellano-manchego que valga. ¿Quién se puede sentir patriota de una creación artificial de la época del “café para todos”? Un café que a unos no nos gustaba y a otros les supo a poco desde el principio, como se ha demostrando fehacientemente para desgracia de los que somos alérgicos al café.

Esta voz de alarma procedente de un pequeño pueblo fronterizo con Jaén es un verdadero grito de socorro ante las carencias y miserias que sufren los ciudadanos de los pequeños municipios. Y puede ser una muestra bien representativa del fracaso institucional de nuestro modelo territorial, con demasiadas variedades de café que a veces no saben a nada. Un modelo necesitado de una profunda reforma que favorezca la igualdad de los ciudadanos, potenciando las competencias y los recursos financieros de los municipios en el marco de un Estado que garantice la solidaridad y la cohesión de todos los territorios.

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