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‘¿Y qué tendrá que ver el amor?’… Insustanciales y olvidables asuntos del corazón

Pero no me engañaré en modo alguno, “¿Y qué tendrá que ver el amor?” es más bien tirando a discreta. Se deja ver y se olvida automáticamente. Y su mayor inconveniente no es tanto que sea predecible, que recurra a topicazos mil o que se sepa en todo momento lo que va a suceder, o cual va a ser su desenlace. Lo sabemos también en “Cuando Harry encontró a Sally” o “Hechizo de luna” y mil exponentes más, y da igual. Precisamente esa, convenientemente adobada, es una de las gracias de un género inagotable y de lo más disfrutable, aunque como ahora atraviese un cierto período de desfallecimiento. Uno de sus mayores defectillos es que resulta un tanto sosita y escasamente arrebatadora. Por supuesto, soy consciente del momento que atravesamos y no pido cumbres artísticas como “Vacaciones en Roma”, “Locuras de verano” o “Sabrina”, pero tampoco tanto producto sosito o plomizo como inunda actualmente las pantallas o que evite caer en lo ramplón.

Aquí la supuesta “merced” estriba en la amistosa oposición entre culturas, la inglesa y la paquistaní, la musulmana y la aquí no tan fervorosa cristiana. Nada añade a este permanente contraste o conflicto (según), que en tantas ocasiones no tiene porqué resultar tal, es más, no debiera ser contemplado jamás así.

Algunas peculiaridades, propias sobre todo del país asiático, pueden atenuar la asepsia narrativa que impregna la función. Y es que su director, Shekhar Khapur (“La reina de los bandidos”, “Elizabeth”, “Las cuatro plumas”), es uno de esos profesionales indios que se ha adaptado bien a la industria anglosajona, aportando eso que molesta tanto a algunos de ellos, pero que no por ello deja de ser cierto, que es un colorido y un exotismo amoldable a códigos occidentales.

Apuntes como el de matrimonio asistido en vez de compartido para mostrar ciertos avances sociales, no dejan de quedarse en mero esbozo. Alguna frasecita, en cambio, sí la reivindico. Del estilo de “nosotros decimos gustarse con pasión y enamorarse con cabeza”. Bueno, algo es algo.

Pero para películas estupendas sobre matrimonios concertados, por poderes, asistidos o como se les quiera denominar, ninguna como aquella memorable propuesta cincuentera de aventuras selváticas y melodramáticas titulada “Cuando ruge la marabunta”. O aquel pasaje de la deslumbrante “Las Cruzadas” de los años 30 del grandísimo DeMille, en la que Doña Berenguela se casa con una espada en representación del mismísimo Ricardo Corazón de León (aquí Henry Wilcoxon… Anthony Hopkins entre muchos también lo encarnaría en otro logro de diferente registro, en la estupenda “El león en invierno”). Y es que nada como irse por los cerros de Úbeda cuando algo no (me) provoca el arrebato deseado. Aunque en aras a ser justo, tampoco lo propuesto supone nada que resulte rechazable. Tampoco es eso.

Emma Thompson en un personaje locuelo y extravagante no es capaz de provocar que esto remonte el vuelo, aunque tampoco causa irritación. Se deja ver como dirían muchos… amablemente. La pareja protagonista es guapetona, especialmente la igualmente talentosa Lilly James, inolvidable en “Baby driver”, “La sociedad literaria y el pastel de piel de patata”, incluso en “Cenicienta” y “Yesterday”, todas ellas -estas sí- verdaderamente encantadoras y adorables.

Todo muy pulcro y en su sitio, aunque parezca que lo que se nos cuenta sea una historia de rebeldía contra el estatus quo. Un tanto insípida, pero no inaceptable. Expuesto en términos matemáticos, que no lo son el cine o el arte en general no lo son, le otorgo un 2,5 por los pelos sobre 5.

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