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‘El príncipe constante’ “conmociona” con una poesía que “abre las puertas del misterio y aboca al borde del abismo”

principe constante

Dieciocho intérpretes “maravillosos”, incluido un cuarteto de cuerda, representan desde este viernes 16 de julio hasta el domingo 25, a las 22.45 horas, en el Teatro Adolfo Marsillach de Almagro ‘El príncipe consante’, de Calderón, “una de las partituras teatrales más fascinantes de la tradición literaria española y por extensión de la occidental”, destacó Xavier Albertí, director de esta producción de la CNTC que llega a la ciudad encajera tras su excelente acogida en el Teatro de las Comedias y una exitosa gira.

Es una obra que ha enamorado a grandes autores del continente europeo. Goethe comentó en una carta a Schiller que si toda la poesía del mundo desapareciera, sería posible reconstruirla sobre la base de ‘El príncipe constante’. No obstante, ha sido muy poco representada en España, la CNTC no lo había hecho en sus 35 años de trayectoria, porque, a juicio de Albertí, es “dificilísima. Para hacerla, tienes que tener un actor capaz, no sólo de memorizar las enormes cantidades de versos y decirlos bien, sino que sienta la necesidad de borrar la frontera entre persona y personaje, un intérprete que entienda profundamente los motivos del protagonista, el príncipe Fernando de Portugal, que busque la profundidad de su yo, ahora y aquí. Ese actor se llama Lluis Homar”, aseguró Albertí.

En un espacio “casi vacío, de arena, de telones que parecen sacados de pinturas del expresionismo abstracto español de los años 70, que recuerdan desde Palazuelo y Gordillo a Tàpies, con texturas que aluden a los ámbitos terrosos de una “África indómita”, se desarrolla la trama sobre la aventura liderada por Fernando, príncipe de Portugal, de conquistar Tánger, empresa en la que fracasa y es hecho prisionero por el rey de Fez, que pide como intercambio para su liberación la ciudad de Ceuta en manos de los portugueses.

Pero Fernando decide no aceptar el intercambio que sí admite el Reino portugués, con lo que la atención que parecía estar centrada en los intereses estratégicos, geoeconómicos y teológicos, pasa a una nueva dimensión, muy novedosa en 1629, la conciencia del ciudadano, lo individual, subjetivo y personal “en un mapa europeo en el que aún la idea de ciudadanía se estaba gestando”, donde “los súbditos del monarca no eran personas con derechos individuales”.

Calderón, “inmenso autor que al lado de Eurípides y Shakespeare forma parte de la gran triada de la teatralidad occidental” y que aboga por la libertad del individuo entregándole en sus obras herramientas ideológicas “únicas” en el teatro de su tiempo, sabe jugar en “muchas líneas interiores del texto para decir lo que quiere desde una libertad conmovedora y sorprendente”.

La obra está “llena de reflexiones sobre la fugacidad del tiempo, de cómo la belleza, la riqueza y subordinación a los placeres van a pasar y lo único que va a quedar es la idea de si nuestra peripecia ha tenido eco entre los valores éticos que nos hemos dado”, destacó Albertí, que resaltó que Calderón, “reformador y liberador” de la contrarreforma, “escribe esta pieza quince años después de que España expulsase a los últimos moriscos con lo que, no sólo hace una tensión sobre cómo usar el poder de la iglesia cristiana frente a la musulmana, sino también un reflexión en clave interna: cómo España está tratando la libertad religiosa dentro de su propio territorio”.

Para Beatriz Argüello, que da vida al personaje de Fénix, el elenco de esta producción se sumerge en el texto desechando los prejuicios y lo preconcebido, para entrar en “un territorio más profundo y amplio” en el que la poesía de Calderón “abre las puertas del misterio y nos aboca al borde del abismo”. En la propuesta, hay riesgo, percibido por el espectador, y “las imágenes vienen, no las empujas”.

A juicio de Arturo Querejeta, que encarna al rey de Fez, el espectador sale “conmocionado” al acabar la función con ese viaje interno, personal y casi iniciático que hace el príncipe Fernando hacia el respeto de la dignidad humana, anteponiendo el bien común al bienestar personal, negándose a salir beneficiado si se va a perjudicar a los demás. “Sale conmocionado” porque Albertí les ha “desmantelado” como actores y puesto “en la corriente más profunda del texto, sin arquetipos, sino como seres humanos en situaciones límites y tremendas”.

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