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El valor del deportista: crecerse ante la adversidad

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Aquellos días de marzo y abril de confinamiento, entre la angustia por el maldito COVID-19 y el teletrabajo en casa, uno apenas sabía por dónde tirar en sus informaciones deportivas. Como a todos esa situación llegó por sorpresa, la realidad se tornó confusa, muchas veces incomprensible y la rutina normal se desquebrajó por completo. Por supuesto, los entrenamientos y las competiciones se paralizaron, las pruebas fueron suspendidas y los sueños y objetivos de muchos se quedaron encerrados entre paredes, las de cada una de las casas. Ahí entonces en esta redacción de deportes de Lanza encontramos la noticia, en las nuevas emociones de sus deportistas, en sus sentimientos, en cómo podían seguir con sus trabajos y esfuerzos ante un panorama convertido desde el inicio en un terreno fangoso y lleno de incertidumbre. Fue entonces cuando, además de sondear al deportista, conocimos mucho más que nunca a la persona.

La relación deportista-periodista se humanizó. Tanto que lo que más recuerdo es comenzar siempre con ellos y ellas las conversaciones o entrevistas con la preocupación por el estado de salud propio y el de los familiares, sin que hiciera ni falta conocer a alguno. Era lo que más importaba. En una llamada, incluso, la primera contestación fue que acababa de fallecer un familiar por el coronavirus. Apenas puedes entonces reaccionar y mucho menos saber preguntar, aunque luego la noticia posterior sirvió seguro con un gran homenaje a la fallecida.

Después todos contaban sus preocupaciones, sus enormes inquietudes, sus proyectos que se habían quedado en el aire y que llegaban a considerar ya frustrados en este 2020. Pero ninguno dejaba de entrenar. Como fuera, en sus casas sacaban lo que tenían: sus pesas, colchonetas o bicicletas estáticas, sus ordenadores para estar conectados con preparadores y compañeros en sesiones conjuntas… Otros ni eso, pero se las ingeniaban para seguir en movimiento, en ocasiones en habitaciones de escasos metros cuadrados en los que apenas podían ni estirar los brazos y las piernas. Había que seguir entrenando como fuera, sin parar, ni aunque las perspectivas sobre las competiciones fueran tan negativas que hasta al más fuerte le llevaban a un profundo bajón.

Si algo positivo hemos podido sacar a nivel profesional de esta pandemia que ha marcado este año 2020 que acaba al fin ha sido comprobar más que nunca ese aspecto humano del deportista y esa vitalidad, el sacrificio y el esfuerzo. Unas cualidades de las que siempre se habla normalmente, pero que en este tipo de situaciones tan difíciles, tan críticas, es cuando se hacen más patentes. Un valor que debe tener el deportista y que quisimos expresar en este medio de comunicación con más fuerza que nunca: el de crecerse ante la adversidad.

Después comenzó la desescalada, las primeras carreras suaves en las calles y también las expectativas de la reanudación o la vuelta de las competiciones, siempre dentro de un ambiente de dudas y con la continuidad de la incertidumbre. Muchos luego ya pudieron competir a nivel individual y otros en equipo, que ahora se encuentran en medio de la disputa de sus Ligas con numerosos aplazados, con parones y con el deseo de la llegada del público a las gradas que en este último mes de diciembre se ha podido, al menos, conseguir con límites de aforo. Algunos de esos equipos van líderes y otros deportistas han conseguido a título individual proclamarse campeones en sus modalidades para cerrar el año con algo más de positivismo. Unos premios que merecían todos por ese esfuerzo y trabajo en condiciones tan imprevistas como agobiantes. Ojalá que esta redacción de Deportes pudiera transmitir bien a sus lectores todos estos valores de los deportistas ciudarrealeños en aquellos días de duro confinamiento. Nosotros, al menos, los sentimos entonces más que nunca.

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