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Cavilaciones en Ruidera. “Qué pena llegar a viejos”

Nunca libres de nosotros mismos, ni de todo lo demás que nos rodea…Enardecidos por la  brisa de la vida, que ilusiona, entristece, duele alivia y pesa, y nos hace esperar, no sabemos qué; que en cada instante llega, parte, rueda y vuelve sin que la podamos atrapar, el paso del tiempo, y los elementos, doran, ennegrecen y marchitan nuestro rostro y nuestro cuerpo, cargándolo de arrugas, angustias y padecimientos. La vejez, con su exacta verdad, nos va transmitiendo impresiones y pulsiones que van sedando la actividad de nuestra conciencia. La materia siempre extraña y la vida cosa indefinida, con las que viajamos hasta la última parada…Dejar de sentir todo tan de repente…Nadie debería juzgar la conciencia humana prescindiendo del cuerpo o materia que la sostiene, en su “revolución” y evolución cósmicas…

Ítem. La condición  “… la propia vejez enfermedad es” (sic), dicho popular), se ha venido describiendo como viejos achacosos, con decaimiento de sus fuerzas y limitaciones psíquicas y físicas; siendo inherente a la senectud, decaimiento, flaquezas y pérdida de juicio, que no necesitan de una enfermedad declarada. “La vejez que mal deseada es”, (sic); (amalgamada de epítetos, aforismos y refranes: “el que quiera saber que compre un viejo”, “múdale el aire al viejo y darte ha el pellejo”, “la vieja que no supo vivir pan para mayo y leña para abril”, “poco a poco hilaba la vieja el copo”, “el viejo que se cura cien años dura”, “”) organismos como la Seguridad Social, han venido utilizando dispares edades de jubilación; siendo las usuales las de sesenta, sesenta y cinco años, siendo la más habitual la de sesenta y cinco años, que es cuando se califica a la persona “sujeto del Seguro de vejez”.

Honorable reconocimiento

Es indudable que la ancianidad  demanda noción de un honorable reconocimiento, a quienes por sus actos  sean merecedores de tal… En nuestra cultura, la sabiduría popular, desde tiempos inmemoriales, los títulos o tratamientos asignados a los personas ancianas, han sido los de abuela, abuelo y en localismos o regionalismos territoriales “hermano” y “tío”.

Diferenciados asuntos y preceptos de la Beneficencia Social que, dicho sea de paso sería Carlos III  el primero de los gobernantes que estimó la Beneficencia, como un servicio público esencial, es justo considerar que ciertas pensiones contributivas, que se dedican a jubilados en España, son significativamente insuficientes como contraste con las percepciones que perciben los ciudadanos cotizantes a la Seguridad Social de otros países europeos. En la Península Ibérica,  el índice de natalidad, normalmente, supera al índice de mortalidad, viéndose crecer su población. Índice de crecimiento, más índice de aumento de la longevidad y precarias situaciones laborales, dan como resultado una población pasiva (jubilada o perceptora de alguna “ayuda”, parcialmente empleada, en no pocos casos en la clandestinidad), que crece constantemente.

Con fecha 27 de Febrero de 1908, se creaba el Instituto Nacional de Previsión, “tratando de difundir e inculcar la previsión popular, especialmente la realizada en forma de pensiones de retiro”; (vide, Instituto Nacional de Previsión). El “Retiro Obrero “se instauró por Decreto de 11 de Marzo de 1919, convirtiéndose más tarde, el 1 de Septiembre de 1939, en “Subsidio de Vejez”. Un nuevo dictamen de 18 de Abril de 1947, lo amplió a “Seguro de Vejez e Invalidez”. Y el 2 de Septiembre de 1955, se ampliaría a “Vejez Invalidez y Muerte”. Respecto del Régimen  de la Seguridad, el Proyecto de la Ley de Bases de la Seguridad Social, fue aprobado con fecha 28 de Diciembre de 1963. Las Prestaciones no contributivas de la Seguridad Social o el Fondo Nacional de Asistencia Social, del Ministerio de la Gobernación, concedía protección económica a personas con graves condiciones de necesidad… Con arreglo al artículo 12, del Decreto1315/62, de 14 de Junio; el 14 de Junio de 1973, concedía 1000 pesetas (mil) mensuales a la “vieja”, jornalera, (“por cuenta ajena”) eventual del campo, que a continuación pincelamos.

Al carasol de una tapia

Vistosos arreboles rodeaban la caída del ocaso… La anciana, al carasol de una tapia; ceñido pañuelo negro cual velo nupcial, tejía unos cordajes… En la franqueza de los rasgos de su fisonomía, sobresalían con extraordinario relieve las arrugas de su rostro. En la dignidad de su cara no había corrido el misterioso reloj del tiempo de igual forma que en otras mundanas dignidades de la especie… Dolores, flaquezas, desilusión, sufrimiento…; todo lo devoraba el abismo de su mente, en la que también pantalleaban antiguas supersticiones, para mejor preservarlas en su senectud digna y bienhechora. Escondió unas canas que habían descubierto los revuelos del aire, con modoso y cordial acogimiento.

De pronto se rasgan los velos de sus añoranzas y aparecen unos sigilosos rezos, cual sollozos por seres difuntos y relata: “…Mi marido y yo siempre tirados por los campos, dando peonadas por lo que nos quisieran pagar, como descomulgados y desamparados de leyes, a la buena de Dios, (sic), curándonos las heridas con el agua bendita de nuestra saliva, pero éramos jóvenes y empezábamos a pasar por el mundo…Lo peor era cuan do el día se levantaba malo y sin saber por qué nos odiábamos unos a otros… Ahora ya, tan viejecica, de no ser por la poquita paga de las mil pesetas de la beneficencia; que acortan mi pobreza, no sé que habría sido de mi vejez, después de la muerte de mi marido…”Como un ensueño de soñar la vida, que también arrastra la brisa de la atardecida  frota los signos bien visibles de la vejez y de la alienación humana reflejada en su semblante y en sus manos y con una conciencia superior reflexionó: “¡de viejos se arruga el pellejo, qué pena llegar a viejos!”.

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