La Ventana

Después del primer sueño me sobresalta el abatir de las ramas del plátano que sobrepasan mi terraza. Adormilado y confuso las confundo con los dibujos del reverso del toldo, pero no, se mueven rítmicamente con el aire que, a ráfagas, entra por la ventana aliviándome del sopor del sueño.

A partir de estas horas de la madrugada y como cada noche el descanso será liviano e intermitente, dormitando a la espera de que amanezca. En algún momento de la madrugada aparecerá la luna que, a estas alturas del mes apenas será una cuña, un bocado de queso dibujado en el cielo.

Desde el lecho apenas alcanzo a distinguir otros pisos, otros balcones y ventanas que, como la mía, están abiertas de par en par ansiando el frescor nocturno. Apenas nada que reseñar, solo el ruido de los trasnochadores que vuelven a casa después de una noche de farra. Quizás sobresalga del ruido habitual el ulular de alguna sirena de la policía o de las ambulancias tras alguna reyerta o algún accidente, porque los fines de semana suelen ocurrir altercados provocados por el ambiente nocturno de la ciudad que habito.

En este apacible duermevela entran por la ventana personajes que ya no están, vienen a mi mente sujetos del pasado y que el subconsciente recupera construyendo efímeras historias. A veces, sobresaltado ante su cercanía, trato de ordenar secuencias y recuerdos, después la realidad me alerta de la mentira del sueño y entonces, me relajo. En algunas ocasiones adivino que es una ficción que mi mente construye adrede para regodearme en viejos sucesos, pero ni siquiera estas situaciones me provocan angustia, solo algunos episodios me originan una leve inquietud.

Resulta curioso porque ellos casi nunca aparecen en la claridad del día, han pasado a ser viejos fantasmas que solo me asaltan en la oscuridad de la noche, cuando las neuronas bajan la guardia. Parientes, ancestros, conocidos y antiguos compañeros de oficio forman un tótum revolútum que durante los escasos minutos de su imaginada presencia revolucionan con su extraño aquelarre la placidez de mi reposo.

Después, cuando aclaro el malentendido entre la ficción y la realidad, rechazo todas las fantasías y vuelvo al orden normal de las cosas. En esas horas de imprevisto insomnio y buscando de nuevo el sueño, examino las tareas que debo solucionar en el batallaje diario, siempre tratando de resolver los pequeños asuntos que desestabilizan mi orden acostumbrado.

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La Redes Sociales logran que cada cual obtenga su dosis de soma confeccionando su particular autoestima / Lanza

Los sueños nos invitan a vivir situaciones que no controlamos, pero además ahora, con el auge de las nuevas tecnologías, observo con preocupación la gran cantidad de gente que se empeña en soñar despierta, tratando de inventarse una vida irreal o paralela a través de las redes sociales.

En alguna conversación sobre los estados ánimos o felicidad alguien me recordaba  un clásico literario de ficción futurista, me refiero a “Un mundo feliz” de Aldous Huxley. Tras erradicar la guerra y la pobreza una parte de la sociedad consume “soma”, una droga que adormece la conciencia y anula la capacidad de búsqueda y la libertad de elección.

Aunque pueda ser una comparación descabellada, la penosa utilización de las llamadas Redes Sociales logran que cada cual obtenga su dosis de soma confeccionando su particular autoestima. Por eso nos inventamos una vida feliz, colgamos nuestro mejor perfil en la pantalla del móvil, cotilleamos sobre minucias, nos dispersamos en las naderías de los wasaps. Participamos virtualmente en campañas que apenas nos interesan y opinamos de todo sin saber, sin debatir criterios, ajenos a la ideología y a los valores.

A pesar del exceso de publicaciones, apenas se lee en las redes, casi todo es un escaparte efímero en función de la velocidad de la información. Una información repetitiva que, a veces, es un puro mantra. Información manipulada por los medios para cambiar estados de opinión y que además, muestran un exceso de publicidad agobiante y molesta.

Información y consumo forman un binomio muy descompensado, porque a pesar de las apariencias, lo único que realmente interesa es vender y consumir. Portales y ventanas que muestran una fantasía que solo unos pocos pueden conseguir y que crean demasiadas adicciones y desasosiegos.

Por eso trato de ser cauto ante el exceso de los balcones virtuales que me ofrece la pantalla. Aunque no reniego de los avances tecnológicos, prefiero mi particular ventana, un lugar real y definido por donde entran visiones y quimeras. Fugaces delirios y fantasías tratando de vencer el desvelo al que me convocan la noche y la luna.

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