Icono del sitio

“…O un cachico de pan, que Dios se lo pagará…”

pan1 1

No faltan estudios en el campo de la psicología, indicando que hay personas que carecen de una equilibrada autodeterminación, comportándose de manera un tanto irracional, siguiendo los impulsos del dictado de su naturaleza, cediendo también con facilidad y fervor a la presión ejercida por otros sujetos y conjuntos grupales.

El comportamiento o los actos del individuo humano, para que sean éticos, morales o mejor civilizados y humanizados con arreglo a las normas establecidas por “el clan”, de una sociedad dinámica y estructurada, deberían adaptarse a una serie de normas y ordenamientos, que “encarrilen” sus acciones hacia la cooperación, el pacifismo y la bondad. O lo que es lo mismo, a un proceder guiado por la razón; obteniendo así satisfacción por las buenas acciones o por el contrario remordimiento, si se está dotado de razón-conocimiento.

No recuerdo si fue Santo Tomás quien dijo que la moral era una dimensión infinita o de eternidad… Sí recuerdo la frase de Voltaire, de que “las mentes difieren más que las caras”. Hay seres humanos (en genérico), cuyo aberrante proceder, a veces convertido en hábito, (excluidas enfermedades) dimanaría de una pulsión o deseo de singularizarse y preponderar sobre los demás .Estos individuos, suelen llevar a cabo, con impasibilidad y raciocinio incoherente, actos desconcertantes y execrables, de los que no toman conciencia, autosojuzgándose, ocasionando para sí y para la sociedad serios disgustos e inconvenientes y por ende ciertas desgracias…

Cierto es que no hay dos prójimos idénticos, como no hay dos construcciones intelectuales iguales, de ahí la imposibilidad de comportamientos éticos, sociales y morales equivalentes. Posiblemente nos arriesguemos diciendo que hay tipos impasibles, aparentemente sanos física y psicológicamente, con la razón trastornada, faltos de juicio, incapaces de hilvanar raciocinios para que sus acciones no sean tan “torcidas”; no porque padezcan cierto “estrabismo” intelectual, aunque sí podrían carecer de una clara conciencia, que evite el que sean subyugados o “dirigidos” por la maldad. Creemos que por muchas que sean las realidades despreciables, fruto de su conducta, no son suficientes para desengañarlos y hacerles reflexionar sobre sus accesos indignos…

 

Rutas vespertinas

Sin nosotros ser caballero andante, tomando las “riendas” no de Rocinante y si de la bicicleta; una vez encaminados por las acostumbradas rutas vespertinas del ámbito ruidereño, no nos parece, como a Don Quijote, oír el ruido de mazos de batán alguno, si no del golpear y rodar de varias barras de pan en el asfalto de la calzada, arrojadas desde un vehículo por unos tipos (en genérico también) mezquinos, del perfil y naturaleza de los arriba referenciados… “Volvemos riendas”, recalando en el “Cerro de las Canteras” (Mirador). Sorteando considerable contingencia de colectivo y todo tipo de materia desperdigada y enmatada, a “nuestra diestra mano”, de la espesura del matorral, “salían unas voces”, nada “delicadas”, si no de tremendo griterío, asestando golpes al barandal de madera, y lanzando ripios por las laderas…

Y hétenos de nuevo ante otra (dicho popular) “gran blasfemia contra el pan nuestro de cada día”: tiernas hogazas tiradas por los suelos, como si fueran apestosa basura… He aquí, una vez más la conciencia humana, (el ser humano es la sucesión de sus actos en su conciencia) donde el comportamiento tiene en su entorno individual y grupal la manifestación más abyecta. Resolver con honestidad intelectual el porqué de estas insensateces, equivaldría a zanjar uno de los problemas más acuciantes del proceso evolutivo, de  nuestro conocimiento, pensamiento conceptual, mente cambiante, pulsiones identitarias y humanización.

Le mostramos las fotos, con el pan despreciado, a una persona muy mayor, de esclarecida cordura y también con despierta y sentimental añoranza… nos hace una interpretación de tales hechos, relatándonos crónicas históricas y sucesos de mucho padecimiento: “(…)… Nos sorprendió e invadió una tremenda hambruna, terca, brusca y rápida… (…). Raro era el día que no se oía a gente llamando a las puertas de las casas pidiendo limosna o un cachico de pan por el amor de Dios, que Dios se lo pagará…

En los años del hambre; los peores del treinta y nueve al cuarenta y tres, el pan era un lujo porque costaba veinte pesetas y ganábamos tres pesetas de jornal. Y una fanega de candeal valía novecientas pesetas, sacando de ella cuarenta y cinco panes. Menudo atracón si hubiéramos pillado entonces ese pan que está ahí tirado… (…). ¡Qué pena! Dios no lo quiera, que en el curso de sus vidas estos animales, ¡peor que animales son!, que hacen esto con el pan; que están cansados de vivir bien; siempre de juerga, no tengan que pasar por lo que pasamos muchas personas…Y no te olvides-nos recalca-lo del cachico de pan por el amor de Dios, que Dios te lo pagará…”.

Salir de la versión móvil