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Catorce puertas de futuro

También fueron distintos los temas que salieron a la luz: la precariedad laboral, el hambre, los emigrantes, las mujeres maltratadas, los enfermos…

Pero fue común el entusiasmo y el espíritu que unía a los catorce grupos de jóvenes que el pasado viernes por la noche se dieron cita en la carretera de Porzuna. Se habló también de beber; pero no fueron ellos los que bebieron: se trataba del cáliz de un amigo suyo cuyas últimas horas recordaron.

Estos catorce grupos de jóvenes se dieron cita en la carretera de Porzuna para preparar, cada uno, una estación de un precioso Via Crucis que recorrió los pasillos y los jardines del Seminario Diocesano.

Vía Crucis vocacional con motivo de San José

Todos los años por el mes de marzo se repite la cita: son muchos los que se acercan a recorrer el Via Crucis vocacional que organizan los seminaristas con motivo del día de san José, Jornada del Seminario. Este año, los que asistían a este recorrido cuaresmal se encontraron con una sorpresa: las reflexiones de cada estación las hacían los jóvenes, de formas muy diversas.

Algunos, pusieron música para ayudarnos a profundizar en poemas profundos que pronunciaban con unción; otros, intentaban lanzar un mensaje de actualidad de la cruz y las caídas de Jesús, con pancartas y otros signos. Algunos, como imágenes vivientes, recreaban el momento exacto de cada estación, con sus personajes. Muchos de ellos revivieron alguna escena con moviento y diálogos, relacionando momentos del Via Crucis con otros momentos de la vida de Jesús.

La séptima estación

Me conmovió especialmente la representación de la séptima estación, la segunda caída. Jesús, en presencia de la mujer pecadora, tirada en el suelo en medio de los que la acusaban, se acerca a ella y la levanta; pero, para ello, debe coger la cruz de esa mujer que lo hará caer a él: sus futuras caídas camino de la cruz, su propia muerte, es fruto de un amor que nos dignifica y nos regala la vida.

Cada estación aportaba una forma y un contenido nuevos que eran capaces de llegarnos al corazón; la actualización de las estaciones no hablaba solo de la realidad que nos rodea, sino de nosotros mismos, nuestros pecados y nuestra fe.

El final, en la capilla mayor del Seminario, fue el momento culminante: el entierro del Crucificado, representado y escuchado, con textos y música, con gestos y voz, con belleza y hondura.

Desde el siglo primero, la invitación de Jesús sigue firme para todas las generaciones: “El que quiera ser discípulo mío, que tome su cruz y me siga”. Hacer el Via Crucis es un ejercicio vocacional, de seguimiento de Jesús que se encamina a entregar la vida de forma definitiva.

Las cruces propias y ajenas

Otros nos invitan a rechazar todas las cruces, las propias y las ajenas: solo tiene sentido una vida sin dolor; la vida –nos dicen– no es para entregarla, sino para disfrutarla y, si no se puede, para quitarla. No es esa la propuesta de Jesús, no es eso lo que vamos a celebrar en Semana Santa un año más. No es eso lo que nos propone cada domingo el Evangelio. No es eso lo que la Iglesia no se cansa de predicar en todos los rincones del mundo.

“Quien quiera salvar su vida, la perderá” había dicho también Jesús.

No sé con cuánta hondura y proyección de futuro lo habrán hecho, pero catorce grupos de jóvenes, este viernes por la noche, han sabido transmitir la propuesta de Jesús más allá de todas las modas y todos los tópicos, más allá del mercado y el consumo, más allá de la ideología y del poder.

Ciertamente, hay esperanza. La propuesta de Jesús de Nazaret sigue viva para muchos: “Llevar la cruz” nos dignifica, seguir el Evangelio nos libera, sabernos hijos de Dios nos devuelve la esperanza.

Catorce estaciones. Catorce racimos jóvenes. Catorce puertas de futuro.

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