El recorrido que nos han ofrecido los domingos de Cuaresma a lo largo de toda la historia de la salvación llega a su fin: Adán, Abraham, Moisés, los profetas y, ahora, la promesa de una nueva alianza.
El Antiguo Testamento es una historia abierta, es una palabra de promesa que educa al pueblo para aprender a esperar al Mesías. Ese pueblo, quizá sin saberlo, va a dar a luz de sus entrañas al salvador de toda la humanidad.
Israel ha sido educado por Dios para aprender a mirar hacia arriba y para aprender a mirar al futuro: el cielo y la historia son la clave para encontrar a Dios. Con Jesús de Nazaret, el futuro se ha hecho presente y la mirada elevada se dirige, ahora, hacia el seno de la tierra, hacia abajo, hacia las pequeñas semillas que deben morir para poder dar fruto.
La alianza en el Sinaí se convierte en «primera alianza», ensayo de alianza definitiva, proyecto de una plenitud que estaba por llegar. Era necesaria una nueva alianza –dice Jeremías–, porque la primera alianza ha fracasado: el pueblo no ha cumplido su parte, la ley ha sido descuidada. Es necesaria una nueva alianza que se fundamente en el perdón: nueva alianza significa reconstrucción, misericordia; pero es necesario ir más allá, no es suficiente con restablecer lo antiguo, porque volvería a fallar.
Una característica fundamental de la nueva alianza es el material en el que se escriben las leyes: ya no estarán grabadas en tablas de piedra o de madera, sino en los mismos corazones de los fieles. Escritos fuera, los mandamientos van dirigidos a nuestra voluntad y exigen un gran esfuerzo de libertad y tenacidad; es necesario, además, implicar el corazón, la interioridad, la afectividad. «Inclina mi corazón a tus preceptos», decía el salmista.
De esta manera, el corazón mismo nos mueve a obrar según la voluntad de Dios, sus planes no son algo venido desde fuera, sino la inclinación más honda de nuestro propio corazón.
Otra característica de la alianza que Jeremías sueña es el conocimiento de Dios por parte de todo el pueblo, desde los más pequeños a los mayores. Todos son discípulos del mismo Dios. La gran queja de los grandes profetas, como Oseas e Isaías, era la falta de conocimiento de Dios y amor por parte del pueblo; ahora, por fin, todos conocerán a Dios íntimamente y lo amarán con todo el corazón, como reza cada día el fiel israelita con la oración de la Shema’.
Interiorización, conocimiento y perdón: las tres características de la nueva alianza que Jeremías propone. ¿Cómo interpretar esta propuesta en los albores de la Semana Santa? ¿No es la Pascua de Jesús la ratificación y la celebración de esa nueva alianza que ya no es solo promesa?
Las tres características de la nueva alianza podrían ser un buen programa para celebrar de forma creyente y genuina nuestra Semana Santa.
Cuando todo tiende a ser organización de eventos exteriores, los profetas nos invitan a la interiorización, a la escucha del corazón, a la personalización de los mandamientos de Dios.
Cuando parece que todo depende de nosotros y es repetición de lo que ya sabemos, reproducción de costumbres conocidas, los profetas nos invitan al atrevimiento de conocer a Dios de forma personal, íntima: este es el contenido de una religiosidad verdadera.
Cuando nuestros ritos parecen caminar independientes de nuestras relaciones humanas, cuando vivimos anclados en el pecado, divididos y esclavos de ofensas del pasado, los profetas nos invitan a la reconciliación: en Semana Santa recordamos que «Jesús murió por nuestros pecados», el perdón y la reconciliación debería ser el fruto más acabado de una celebración genuinamente cristiana.
De esta manera, las promesas de los profetas no serán solo verdad objetiva, sino carne de nuestra carne, verdad cotidiana de nuestras propias vidas.