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Signos de esperanza

Ayer, durante un retiro espiritual de Adviento, un grupo de cristianos se preguntaba sobre los signos de esperanza que podemos ver en la actualidad. A esa misma hora, unos familiares me informaban del nacimiento de una niña. ¿No tienen que ver mucho ambas cosas?

Salieron a la luz muchos signos de esperanza, esa fue mi primera sorpresa: a pesar de todo, hay mucha esperanza en nuestros creyentes. Algunos de esos signos tenían que ver con realidades muy sencillas que nos acompañan cada día. Para uno, era signo de esperanza cada bautizo que se hace en la parroquia; otros, decían que lo es también la cantidad de adultos que se están acercando a las parroquias con motivo de la confirmación, aunque sea por motivos no siempre del todo puros. Otros, afirmaban que era un motivo de esperanza la oración por la mañana en la parroquia, un grupo pequeño de feligreses que oraban por las necesidades de los demás: ¡una oración cuya eficacia se podía palpar cada semana!

¿Qué hay debajo de todas estas constataciones? Una capacidad de ver lo que otros no ven. Para muchos, los bautizos pueden ser una molestia, o una costumbre rutinaria sin ningún valor de fe. Otros piensan que la oración de grupos pequeños en las parroquias es un signo de desesperanza: ¡pocos y mayores! Los hay, también, que ven solo folklore o cumplimiento en las catequesis de adultos o en otras actividades de nuestra Iglesia.

¿Quién llevará la razón? ¿Son ingenuos unos o son ciegos los otros? ¿Dónde está Dios, cuál es su mensaje? Hubo quien se atrevió a decir que era un signo de esperanza el que, a pesar de la falta de vocaciones, muchos en la Iglesia sigan sembrando con alegría el Evangelio y esforzándose en grupos que no siempre son lo numerosos que quisiéramos.

¿No es la falta de esperanza consecuencia de la falta de fe? Es decir, ¿no necesitamos ser sanados de nuestras cegueras para poder ver el actuar de Dios en las pequeñas cosas de nuestra labor cotidiana?

Van mal los matrimonios, el divorcio de banaliza, las familias se rompen… ¡También se mencionó a los matrimonios y las familias como fuente de esperanza! A pesar de todo, de las leyes, la televisión, internet, la política, los pecados de la Iglesia, el egoísmo… A pesar de todo, el milagro del amor sigue habitando a nuestro lado.  No es un amor perfecto, claro está, pero es real: ¿por qué solo sabremos ver lo malo que nos rodea? ¿Ha pervertido nuestra mirada la forma de ver el mundo que tienen, a menudo, la prensa y la televisión?

Ser creyente es, entre otras cosas, gozar de otra perspectiva: no siempre es saber cosas nuevas, sino atisbar la novedad en lo de siempre; no es una fuerza que todo lo puede, sino descubrir la fuerza inconmovible que habita en nuestra debilidad; no consiste en llenar de dioses o imágenes nuestros hogares, sino en saber ver a Dios en nuestra propia materia y en nuestras mismas relaciones. La fe no siempre es llenar de velas nuestros templos o nuestras casas, sino aprender a encontrar luz en lo opaco de nuestra carne.

Un signo de profunda esperanza, para mí, es compartir sonrisa con tantos cristianos que este viernes, este sábado y hoy domingo, se están acercando al Seminario para recibir un mensaje de Navidad de nuestros seminaristas. La risa compartida, la belleza escuchada en los cantos, el ambiente de familiaridad y cercanía, los rostros de jóvenes y adolescentes de nuestras familias que se atreven a plantearse la vida desde Dios.

Cuando nos esforzamos por llevar la alegría a los demás, cuando no nos cerramos en nuestra propia perspectiva, cuando nos atrevemos a hablar de Dios en nuestras conversaciones más sencillas… entonces, la esperanza se abre paso y el amor firme del Señor es experimentado por más y más personas.

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