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Un pueblo pequeño

Algunos investigadores han estudiado la sociología del cristianismo primitivo. ¿Cuál era la composición de las comunidades cristianas en las ciudades del Imperio romano y del mundo sirio?

Empezaban a ser mayoría paganos, frente a una minoría de proveniencia judía; pero, ¿cuál era su situación social, su nivel económico? ¿Cuál era la edad mayoritaria de los miembros de la Iglesia?

En un texto famoso de san Pablo a la comunidad de Corinto, capital de Grecia, se habla de una procedencia más bien humilde: «No hay muchos sabios, ni poderoso, ni nobles». En Corinto, al menos, la comunidad no está formada por la aristocracia griega de la ciudad. ¿A qué se debe esto? ¿Cuál podría ser la razón sociológica e histórica?

San Pablo nos habla de la razón teológica: Dios escoge a los últimos para mostrar una sabiduría nueva. Con Belén y con el Calvario ha comenzado una etapa nueva de religiosidad y de construcción de la sociedad desde abajo, desde lo que no cuenta.

Esta religiosidad nueva, en cambio, está profundamente en continuidad con el Antiguo Testamento. Al preguntarse Israel por las razones de su elección, no las encuentra en su importancia por encima de los demás pueblos: en el libro del Deuteronomio Dios dice exactamente lo contrario; él ha elegido a Israel por ser el más pequeño de todos los pueblos.

Siglos más tarde, en la perspectiva de otros profetas, Sofonías vislumbra un futuro prometedor para el pueblo elegido: Dios dejará una comunidad pobre y humilde que confíe en el Señor.

Ahí se intuye también la razón profunda de esta preferencia por los últimos. Se trata de subrayar la gratuidad de la elección: el motivo no está en el pueblo, sino en la voluntad de Dios. Por otra parte, un pueblo grande y poderoso tendrá siempre la tentación de confiar en sí mismo y, en la práctica, olvidará dirigirse a Dios para pedirle ayuda.

Dios elige a los últimos para manifestar su grandeza y su libertad, para decirle al mundo que el futuro de la humanidad no está en la valía de los grandes hombres y mujeres de la historia, en los pueblos que han ostentado el poder, sino en su propia misericordia. «Lo que no cuenta»: ahí está la clave de los caminos de Dios. Por otra parte, un pueblo así, humilde y pequeño, aprenderá más fácilmente la dinámica de la fe.

Jesús de Nazaret, en la misma perspectiva, hablará también de los sanos y los enfermos, los que necesitan médico y los que no: los últimos, por ser más necesitados, son los preferidos del Padre que a todos ama.

Este es el fondo del discurso de las Bienaventuranzas: ¿Quiénes son los ciudadanos del Reino de los cielos? ¿Quiénes encuentran la dicha que solo Dios puede dar? Los pobres, los mansos, los perseguidos…

Como san Pablo, también nosotros podríamos recorrer con nuestra mirada las asambleas cristianas de nuestra época: ¿quiénes han sido llamados? ¿Quiénes han respondido a la llamada del Padre al banquete de bodas de su Hijo? En muchas comunidades, seguramente, no veremos personas importantes e influyentes, llenas de vida y juventud. Es muy posible que «los que cuentan» en nuestra sociedad no aparezcan mucho por las asambleas. ¿Cómo hemos de interpretar este hecho?

A menudo, tenemos tendencia a hacer una lectura sociológica y empresarial de este hecho. Seguramente, esta lectura es lícita y también necesaria: nos puede ayudar a comprender causas humanas y a buscar respuestas pastorales adecuadas.

Pero, ¿no sería conveniente hacer también una lectura teológica, desde Dios? ¿Qué diría el autor del Deuteronomio si se pasara por nuestras comunidades? ¿Qué pensaría el profeta Sofonías? ¿Qué diría san Pablo?

Creo que no tendrían nuestra misma mirada: verían mucha dicha y mucha voluntad del Dios libre que camina entre los últimos.

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