Cuando llega la Navidad, cada año, nos preguntamos sobre el espíritu verdadero de la Navidad: tenemos la impresión de que, de alguna manera, hemos tergiversado un poco las raíces y el sentido de las fiestas del nacimiento de Jesús de Nazaret.
En estos días de primavera recién estrenada, cuando llega la Semana Santa, ¿no podríamos hacernos la misma pregunta? ¿Cuál es el espíritu de la Semana Santa? ¿Cuál es su sentido original y su raíz verdadera?
Probablemente, no es lo mismo hablar de la Semana Santa en España que en Francia, o en Tierra Santa. La historia, la tradición, el espíritu de cada pueblo, han configurado la forma de celebrar la semana más importante del calendario cristiano.
Toda esta variedad de espíritus y estilos, probablemente, es perfectamente lícito; pero no estaría mal preguntarnos si existe una verdad original, una especie de canon en la espiritualidad de la Semana Santa cristiana. La mayor o menor cercanía a esa verdad nos daría la calidad de cada tradición, su nivel de verdadera religiosidad.
De hecho, no solamente existen diferencias entre los países o las regiones: en nuestros pueblos también se dan diversas “Semanas Santas”. Para muchos, se trata de un tiempo de vacaciones, que se puede vivir en la playa o en el pueblo: las terrazas de los bares están llenas si el tiempo acompaña. Para otros, la Semana Santa consiste también en acercarse a contemplar las diversas procesiones que las hermandades organizan. Además del turismo de playa, en estos días se multiplica el turismo religioso. Incluso sin moverse de casa, también son muchos los curiosos que, con mayor o menor devoción, se acercan a contemplar las manifestaciones externas de la fe cristiana. Se trata de un espíritu de espectadores, casi siempre con respeto.
Si seguimos avanzando, nos encontramos con otro nivel en las diferentes formas de vivir estos días: se trata de aquellos que participan por dentro en las procesiones; portando la imagen, vestidos de penitentes, acompañando con sus velas, como fieles creyentes, el cortejo: hay muchas formas de participar desde dentro en el mundo, muy español, de las procesiones. Estamos en el ámbito de la devoción. Turistas, espectadores, devotos: son muchas las formas de vivir estos días; a menudo, las mismas personas participan en esas tres dimensiones.
Existe otra forma, también compatible con las anteriores, de vivir el espíritu de estos días: centrarse en las celebraciones litúrgicas y en la oración. En este caso, el oído prevalece sobre los ojos y la muchedumbre da paso a la comunidad. Normalmente, esta forma de vivir la Semana Santa es propia de los cristianos practicantes. Estamos, ahora, en el ámbito de la fe y la clave es la presencia real de Cristo resucitado entre sus discípulos.
Estos diferentes acercamientos también los encontramos históricamente en los acontecimientos que dieron origen a nuestras celebraciones. En el año treinta, en Jerusalén, también hubo muchas formas de participar en el destino de Jesús. La mayoría de los presentes celebraron una fiesta no cristiana, la Pascua; también Jesús la celebró, de una forma nueva y definitiva. La muchedumbre estaba allí por motivos religiosos; algunos de ellos, seguramente, participaron en la entrada triunfal en Jerusalén, aplaudiendo a Jesús. Muchos de ellos, también, participarían el viernes santo en los gritos de la multitud, acusando a Jesús.
Otro grupo de personas, los más cercanos al Maestro, que también participaron en las aclamaciones de la multitud, se dirigieron después al Cenáculo: estaba naciendo el cristianismo como memorial eucarístico de la pascua de Jesús. El grupo se va reduciendo: de la muchedumbre hemos pasado al grupo de los amigos de Jesús. Pero el grupo se verá reducido aún más.
El jueves por la noche los más íntimos huyen y abandonan al Maestro. El viernes, junto a la cruz, apenas quedan unas mujeres, con la madre a la cabeza, y un varón, el discípulo amado. ¿Será este el espíritu más hondo de la Semana Santa, la soledad de Jesús? El mundo, quizá también los discípulos, están ocupados en otras cosas: Jesús ha venido a entregar la vida.
La gente se pierde entre celebraciones, el Maestro, como el grano de trigo, se deja enterrar. ¿Cuál sería el lugar de cada uno de nosotros en una Semana Santa centrada en la entrega de nuestro Amigo y Maestro?