Al gorjeo cuasi veraniego de los pájaros en el Prado se sumó el sonido de los bolillos de las 400 encajeras que reunió la cita procedentes de Madrid capital, los municipios segovianos de La Granja de San Ildefonso y Valsaín, y los cordobeses de Adamuz, El Carpio, Bujalance, Montoro y Villa del Río, además de Ciudad Real capital y un buen número de localidades de la provincia como Alcolea, Aldea, Almagro, Almodóvar, Carrión, Miguelturra, Pozuelo, Puertollano y Solana del Pino.
La responsable de Igualdad en la Delegación de Empleo, Carmen Teresa Olmedo, y las concejalas de Bienestar Social, Amparo Messía de la Cerda, y Promoción Económica, Rosario Roncero, asistieron a la inauguración del encuentro, así como las ediles socialistas Pilar Zamora y Teresa Espinosa, y el presidente de la Federación de Asociaciones de Vecinos Alfonso X el Sabio, Aurelio Borja. Todos ellos expresaron su apoyo al mantenimiento de una tradición que conjuga ingenio, esfuerzo y delicadeza para lograr piezas hermosas y funcionales.
Antes se trabajaba mucho para ganar dinero con el encaje y hoy se hace más por hobby, comentó la almagreña Josefa Ruiz Sánchez, la decana de la cita con 86 años, que mostró su habilidad con un dibujo de campana para un mantel. Con siete años aprendió de su madre a hacer encaje, podrían llenarse baules con los que ha hecho a lo largo de su vida y comentó que antes, quien no tenía maestra, cogía soltura con las vecinas que se sentaban al fresco en las aceras con el mundillo convirtiendo el picado en flores y preciosas geometrías de hilo.
No sólo el sonido, sino que también tocar la madera relaja, apreció, y si el choque de los bolillos al volar y girar entre los dedos ya suena bien, si éstos son de cristal como los que trajeron las encajeras segovianas “debe sonar a Viena”, reflejó Espinosa. No obstante, trabajar con bolillos de vidrio es muy complicado y las encajeras de Segovia los exhibieron como muestra de la fusión de dos actividades tradicionales como son el encaje y la producción de la Real Fábrica de Cristales de La Granja. Trabajos con punto de la Virgen, el punto entero o de tela, punto espíritu, hojas de guipur, trenzas y vaguillas mostraron las encajeras segovianas, algunas de las cuales no desdeñaron la oportunidad de adquirir picados a Alfonso Ortega, que trajo al encuentro un centenar de dibujos, la mayoría de creación propia. Pionero en saltarse las fronteras que otrora delimitaban los trabajos por sexos, Ortega trae cada año una amplia colección de picados que siempre logra clientela entre las ciudarrealeñas. Las manchegas son “buenas parroquianas, de las mejores”, porque saben hacer encaje y valorarlo, comentó Ortega, residente en Madrid y natural de la localidad guadalajareña de Torija, que confiesa que el encaje es un saludable “vicio” que entretiene y ayuda a despejar la mente. “Te pica y quieres hacer más”, resaltó Ortega, que se puso coplero para explicar que todo el mundo puede aprender a hacer encaje: “Para cantar, se requiere tener gracia; para bailar, salero; y para hacer encaje de bolillos, saber menear los dedos”. La Asociación Coros y Danzas contribuyó a amenizar el encuentro organizado por la Asociación La Rosa del Azafrán 2004, presidida por Matilde González de Ulloa, y que programó, tras la comida de hermandad, un viaje a las Tablas de Daimiel.