Dicen que la prensa escrita es el cuarto poder y yo creo que a veces se sobrepone y alcanza posiciones de podio. No hay más que ver la deriva que tomó el caso del expresidente del Tribunal Supremo y Consejo General del Poder General (CGPJ). Legalidad, inmoralidad y, al final, el escarnio público.
Soy de la opinión de que el periodismo de papel tiene una lectura particular, un quid único, un sabor en varias dimensiones, un `deja vu’. No sé si le queda mucha o poco vida a este medio, y a pesar de la amenaza de los digitales, lo que verdaderamente está en juego es su rentabilidad, un reto cada vez más inalcanzable por muy solvente que sea el grupo mediático. En mi pulso interior, algo me dice que los periódicos escritos sobrevivirán, aunque sigan arrastrando lastres pesados, como el anuncio del Gobierno que está estudiando subir el tipo superreducido del 4% para el IVA, un extremo que espero no se cumpla, más que nada por el compromiso del Gobierno puesto de manifiesto en las últimas semanas con el colectivo.
La inconmensurable vicepresidente, Soraya Sáenz de Santamaría, asistió hace unos días a la conmemoración del 90 aniversario de FAPE (Federación de Asociaciones de la Prensa de España), en un acto en el que puso en valor la responsabilidad del periodismo durante la Transición española y defendió a los periodistas “analíticos, reflexivos y especializados” como herramienta para que la ciudadanía elabore un criterio propio.
También llamó la atención como “garantes del sistema democrático” de aquellos “obreros de la pluma” (así se autodefinieron los presidentes de las 36 asociaciones fundadoras de la FAPE en 1922) que proyectaron con su labor la prensa libre.
Ahora atrás casi una centuria, el panorama ha cambiado de cabo a cabo, pues el papel se ha convertido en un producto inestable desde el punto de vista económico, aunque goce de prestigio entre los pocos lectores de prensa que quedamos. Las tecnologías han permitido la reproducción ilimitada de cualquier noticia y a la escrita le queda la veta del análisis y la opinión con criterio.
Ojeo de vez en cuando la densa y vasta publicación “El parlamento de papel. Las revistas españolas en la transición democrática”, una publicación en dos tomos de hace siete años centrada en la historia de la prensa no diaria de la Transición. En las páginas de esta historia viva del periodismo español, editada por la APM, se saborea la verdadera esencia de la pluralidad como esencia de lo que tiene que ser un parlamento democrático. Desde la prensa del corazón de la época –de corte más social- hasta las ácidas y críticas “Codorniz” y “Hermano lobo” este enjundioso resumen aúna la reflexión y la ponderación que caracteriza a la prensa escrita.