Qué placer volver a leer a este escritor, me encanta. Me leí hace tiempo”El reflejo de las palabras” y me pareció mágica. Esta nueva historia no sé si es mejor que la anterior, lo que sí sé es que he disfrutado mucho de esta lectura.
Este escritor iraní, afincado en Holanda, escribe desde ese lugar tranquilo, todo lo que pasó en su país con la caída del Sah, la llegada del Ayatolá Jomeini y la salida del país por miedo a ser fusilado. Él vivió todos esos acontecimientos y los vivió en primera persona, por eso su relato es tan creíble y fascinante.
Así le escribe el que cuenta esta historia a su tío Aga Yan
Mi querido Aga Yan, anhelo que llegue el día en que pueda abrir de nuevo la puerta de nuestra casa y entrar. La llave sigue en mi bolsillo.
Usted me enseño a no dejarme vencer por las dificultades, a trabajar con tesón y tener paciencia. He seguido sus consejos.
Abandoné nuestra casa, pero jamás le dí la espalda. Ahora vivo aquí y sueño con el día que pueda pasear con usted por el canal que hay en frente de mi casa. ¡ Ese día llegará! No puede ser de otro modo: usted me decía que tenía que soñar y hacer realidad mis sueños. Y eso haré.
La primera parte del libro es sosegada y va relatando la vida tranquila de una amplia familia que viven en la casa de la mezquita. El patriarca Aga Yan es muy honesto y pacífico, es un hombre respetado tanto en la mezquita como en el zoco donde tiene una buena tienda de alfombras.
La vida transcurre pacífica, Fabri Sadat es su mujer, la mujer que caza pájaros. Alsaberi es el Iman de la mezquita, Shabal es el que cuenta la historia de la mezquita, así vas conociendo los avatares de esta familia típica de Iran en la época que gobierna el Sah.
Era una fecha señalada, pues se cumplía el aniversario de la noche que murió el santo Alí, el cuarto Califa del Islán. Aquel día fatídico, mientras Alí se hallaba orando en una mezquita acompañado de cientos de fieles, llegó Ibn Mulyam y se situó detrás de él. Rezó con el califa y aguardó hasta que la oración hubo concluido. Entonces desenvainó su espada y la descargó con fuerza sobre la cabeza de Alí, que cayó muerto al suelo. A partir de entonces, el islám quedó escindido en dos facciones: los chiíes y los suníes
La segunda parte del libro es mucho más convulsa e interesante. Ya empiezan las manifestaciones en contra del Sah y las reuniones clandestinas de los Imanes para derrocarlo. Aga Yan vive retirado de todo eso, pero familiares suyos empiezan a moverse.
Los jóvenes que estudian en la Universidad de Teherán son los primeros que se mueven en contra del emperador y ayudan a que vuelva Jomeini.
Por aquel entonces, nadie osaba pronuncia en voz alta el nombre de Jomeini, aunque de vez en cuando corrían rumores sobre él, se distribuían en secreto panfletos y en algunas mezquitas de Qom habían colgado un retrato.
El ayatolá era un enconado opositor al Sah. En el último discurso público que hizo, proclamó: ” El Sah es una humillación. Nos avergonzamos de ese hombre. No es un Sah, sino un siervo de los americanos.
Es muy significativo como cambia la vida de todas las personas que vivían tranquilas. De repente aparece Jomeini y con él las represiones , las matanzas sin juicios, el miedo y la represión. Todo eso va calando en esta familia que aunque es ajena a los acontecimientos, les toca de lleno con la muerte de un hijo, y lo que les acontece día a día.
La pena cayó sobre la casa como un negro velo. nadie hablaba, nadie lloraba, nadie rompía el silencio, pero había alguien que recitaba sin cesar. Él es sabio.
Las plantas se marchitaban por la tristeza, solo quedaban unos pocos pececillos en la alberca y el viejo gato había muerto en el tejado de la mezquita.
Nadie se sentía seguro, y si los vecinos acusaban a alguien de actividades sospechosas, lo arrestaban de inmediato. La gente se escondía y los que podían intentaban escaparse
Preciosa historia, bien contada con ese lenguaje poético que te transporta a ese país. Como un país que vivía , tranquilamente, aunque no estaban de acuerdo con el Sah, y piensan que cambiándolo por el Ayatolá la vida iba a cambiar, triste realidad.