En esta ocasión vuelvo a ver por enésima vez la maravillosa DOS EN LA CARRETERA (TWO FOR THE ROAD), memorable trabajo que de alguna manera iniciaría su extenso, espaciado y brillantísimo –recuérdense en 1976 ROBIN Y MARIAN de Lester o en 1981 TODOS RIERON de Bogdanovich- esplendoroso ocaso profesional que culminaría en 1985 con una postrer y breve pero gratificante aparición como ángel –Zip- en la muy bonita ALWAYS (PARA SIEMPRE) de Steven Spielberg. Lo que van a leer a continuación no es una crítica al uso sino reflexiones surgidas al reciente calor de su visionado:
Es una de las más agudas y penetrantes disecciones, de aparente ligereza, que se hayan filmado jamás sobre las relaciones matrimoniales… por no decir a las claras que es mi favorita de siempre al respecto. No tiene desperdicio tampoco la secuencia del desayuno de CIUDADANO KANE. Hay cientos de referentes más.
Una “road movie” que es una metáfora de la relación de la pareja protagonista.
El “comieron perdices y vivieron felices” tiene aquí su mejor plasmación y versión volteadora, cuestionadora.
Pocas películas han descrito mejor la fugacidad del amor tras una relación de respetable duración… y su efímero esplendor.
Está rociada en todo momento de una melancolía que aborda lo que fue, lo que pudo ser y lo que no fue.
Fue dirigida primorosamente por uno de los verdaderamente grandes del cine, el vitalista, entusiasta y siempre pletórico Stanley Donen. Firmante por ejemplo de CANTANDO BAJO LA LLUVIA, UN DÍA EN NUEVA YORK, SIETE NOVIAS PARA SIETE HERMANOS, JUEGO DE PIJAMAS, CHARADA o UNA CARA DE ÁNGEL (estas dos últimas también protagonizadas por Audrey). Solo con citar estos títulos ya está todo dicho. Y encima nos regaló otro par de decenas igual de memorables.
Elegancia, ritmo, alegría de vivir, clase (de la que tenía a espuertas Audrey) y fragancia fueron siempre algunas de las señas de identidad de su exquisito y perdurable cine.
La estructura de mosaico aquí imprimida, con abundantes saltos temporales en torno a instantes esclarecedores de la pareja o reveladoramente inocuos está admirablemente expuesta y supuso todo un hallazgo.
Su utilización del montaje paralelo en cinco instantes concretos es deudora de la “Nouvelle Vague” y de las corrientes imperantes en el momento.
Los paisajes rurales y bucólicos de la campiña francesa están fotografiados con un enorme atractivo y buen gusto.
La secuencia en la que Audrey mueve los brazos al compás de una señal de tráfico para saludar a Finney ha quedado ya para cualquier antología que se precie de grandes momentos del cine. Desprende un encanto inigualable, sin parangón.
Y la de Audrey cubierta tan solo con una camisa larga… me resulta de lo más arrebatadora. La demostración evidente de que no solo encarnaba púberes o angelicales jovencitas, sino mujeres carnales de rompe y rasga sin necesidad jamás de despojarse de una exquisita sensibilidad.
La escena de la insolación playera es francamente divertida. Contiene varias más de este tipo o simplemente ocurrentes.
La evocadora y preciosa música de Henry Mancini lo impregna todo, le confiere bouquet a la historia.
El vestuario y los peinados de Audrey suponen un aliciente más. Resultan maravillosos recorriendo un amplio arco, desde la más exquisita sencillez a la sofisticación más exquisita.
No ha existido jamás una actriz, una mujer como Audrey. Nunca hay dos iguales, claro, como tampoco hay dos hombres idénticos, aunque las características de sus respectivos sexos les puedan otorgar unas características específicas. Pero Audrey era muy especial. En esta película, además, está bellísima en su incipiente madurez. En realidad, siempre lo estuvo, lo fue. Y ya no me refiero exclusivamente a la puramente física, que también.
La secunda estupendamente un guapetón y brillantísimo Albert Finney.
Atención a la breve aparición de una jovencísima (23 años), rutilante y rompedoramente guapa Jacqueline Bisset… como Jackie, una de las compañeras de viaje de Audrey.
La niña Ruth (Ruthie) encarnada por Gabrielle Middleton consigue sacarme de quicio.
Sus frases, sus diálogos son suavemente mordaces, implacables dentro de su tono amable, incisivos, irónicos, ingeniosos… Pura y reconfortante brisa y deleite:
“-Qué clase de personas se pasan horas sin nada que decirse – ¡Los matrimonios!” (Albert Finney y Audrey Hepburn)
“-Qué personas son las que están juntas sin tener nada que decirse – ¡Los matrimonios!” (Albert Finney y Audrey Hepburn)
“-Qué clase de personas se sientan en un restaurante y no tienen nada que decirse” –Los matrimonios” (Audrey Hepburn y Albert Finney)
-“No parecen muy felices -Por qué iban a serlo si acaban de casarse” (Audrey Hepburn y Albert Finney)
“¿Quién eres? –Una mujer” (Albert Finney y Audrey Hepburn)
“Te pido un huevo pasado por agua y vuelves con una orden de deshaucio” (Audrey Hepburn)
“No me has querido nunca, lo único que has hecho en la vida es adorar tu propia imagen” (Audrey Hepburn)
“Como le dije a la señora, si quiere ser duquesa sea duquesa y si quiere ser amada quítese el sombrero” (Albert Finney)
“Quítate esa imagen de virgen ultrajada” (Albert Finney)
“Yo no me quemo, tengo la piel de amianto” (Albert Finney)
“El matrimonio es cuando la mujer le dice al hombre que se quite la ropa… porque quiere llevarla al tinte” (Albert Finney)
“- ¿Quieres que nos casemos? –Síííí” (Albert Finney y Audrey Hepburn)
“En la vida hay un momento en que no nos divertimos y maduramos”
“Si la cosa se ha acabado, se ha acabado”
Doy millón de gracias por haber podido disfrutar en esta vida de películas como ésta… única, irrepetible, con un poder de fascinación inmarchitable y resistente al paso del tiempo, aunque esta sea una obra muy de su época (mediados de la década de los 60 del siglo XX).
(La pueden ver este lunes 22 de noviembre a partir de las 22:00 horas en Los Clásicos de La 2)