Cuando mete un gol da una voltereta en el aire hacia adelante para celebrarlo como las de Hugo Sánchez y muchos se quedan asombrados. No porque no vea puerta asiduamente, que sí, aunque se prodigue menos que antes como pichichi ya a sus 54 años, sino por la agilidad y flexibilidad del jugador de fútbol federado, con el Poblete este año, más veterano del país.
A quienes le conocen, y son también muchos tras una larga trayectoria cuidando con mimo la pelota y toda una vida de circense, no les extraña ni un ápice que lleve el talento del equilibrismo y la emoción del circo al césped. David Parada, todo ingenio y saber estar con el balón, es también ‘Tarugo’, que no es sencillo. Porque “hacer el gilipollas es muy fácil, pero hacer bien de payaso, hacer reír a los niños y caer en gracia, es muy difícil”, reconoce del papel heredado de su padre, y al que también imitan su hijo David como ‘Taruguito’, y sus nietos, Ismael, Agustín y Dylan, los ‘Taruguines’, sin perder de ojo a la más joven de la saga, Nirvana, quien, con ocho meses, apura el biberón mientras ve la función.
Una veintena de pueblos de la provincia de Ciudad Real se recorre junto a su familia con el Circo de las Estrellas cada verano, quitando el frenazo en seco que sufrieron los Parada con la pandemia el pasado año, durante el cual recibieron muchas llamadas de amigos y del propio Ayuntamiento de Torralba de Calatrava, donde residen, para ayudarles ya que no podían trabajar. “Si supieras la gente que me ha llamado para ofrecerme dinero, para echarme una mano…, no te lo puedes ni imaginar. Son cosas que te llenan, te sientes querido y respaldado”, asegura el responsable del Circo de las Estrellas en verano que, en invierno, se dedica a coser lonas como las de los paraguas para recoger aceituna, hacer toldos y, lo más difícil, castillos hinchables, pistas americanas y camas elásticas.
Nacido en el seno de una familia circense de al menos seis o siete generaciones, como poco hasta sus tatarabuelos, provee a feriantes con su trabajo cosiendo lonas y durante la pandemia, junto a su mujer, Azucena, y sus hijas elaboró mascarillas, pantallas y Epis para residencias y centros sanitarios necesitados de este material. “Con la costura me gano la vida. Del circo no cobro, ayudo lo que haga falta a mis hijos y les digo que es para ellos”, confiesa el que fuera de niño y de joven uno de los mejores trapecistas del país y ahora lo mismo hace de jefe de pista que de mago y payaso generando intriga, entusiasmo y risas en niños y mayores.
Son sus hijos, Azucena, de 35, Mónica, de 32, David, de 26, y Jasmina, de 15, los que ‘tiran del carro’, los que quieren que la magia e ilusión del circo no se acabe nunca. Todos hacen “de todo”, desde malabares, números de ilusionismo y peligrosos de equilibrismo con trapecios y cuerdas hasta distribuir las localidades y hacerse cargo de las palomitas, perritos calientes, patatas fritas, helados y granizados de limón, sin quedarse atrás los nietos que hacen de “payasitos. Salen dando guerra” y “están deseando. Como ven a los chiquillos reírse, pues les encanta salir a la pista y que se rían con ellos”.
Ismael y Agustín, de ocho y cinco años, ambos pelirrojos, lo que es todo un “ahorro” en caracterización, te cuentan mil y un chistes y acertijos, y son “más tranquilos”. Pero llega Dylan, también de cinco años, una “nevereta”, los azuza y están los tres que no paran antes y durante el espectáculo, disfrutando del mágico ambiente de diversión que genera un circo recibido en muchos pueblos, en especial los más pequeños, casi como si fuera ‘Disneyworld’.
“El circo del pueblo”
En muchos municipios, donde año tras año acuden, lo consideran el “circo del pueblo”, con lo que, si hay un contratiempo y tienen que retrasar su llegada, “lo sienten” y se incrementa el anhelo por volver a ver a Tarugo equivocándose y dando manga ancha al payaso listo, aunque como sucede en la vida real el que va de listo no lo es tanto y “Tarugo no es tan tonto” como parece.
Como en el circo de su padre, donde trabajaba junto a sus hermanos, llegó un momento que “no daba la vaca leche para tantos”, en el año 2009 decidió David Parada junto a su mujer, que también fue trapecista, además de contorsionista, y sus hijos crear el Circo de las Estrellas. “Mi padre está con mis dos hermanos llevando el Circo Hermanos Parada y luego están mis primos y mi otra hermana y sus hijos” con sus respectivos circos: Saltimbanqui, Los Titiriteros y Alpha, “cada uno con un sobrenombre” pero todos ellos Hermanos Parada. “Antes íbamos todos juntos, pero vas creciendo, teniendo hijos” y hay que diversificar para que alcance para todos, señala el responsable del Circo de las Estrellas, para resaltar que “nada más quedamos en toda España nosotros haciendo circo al aire libre”.
La vida nómada del circo, de pueblo en pueblo cada cinco días para que no se considere una acampada ilegal, es “durilla”, “en verdad te tiene que gustar” y que tus hijos “no piensen ya en otra cosa”, como podría, por ejemplo, pasarle a su hija Azucena, casada con un profesor, que le podría decir “qué necesidad tenemos de, en lugar de estar de vacaciones, pasar el verano en el circo”. Sin embargo, “disfruta con ello, estar con nosotros en el circo es parte de la vida” de Azucena, quien se encarga de abrir el espectáculo cantando, intercambia mazas y antorchas en malabares con su hermana Mónica y hace de payasa lista en el número de Tarugo.
“Si sólo quedan los mayores, cada vez con menos ilusión y fuerza”, las familias de circo se retiran, “pero, si los hijos te apoyan, la gente mayor normalmente morimos en el circo porque te has criado ahí”, asegura David, que reconoce que “lo más bonito de esta profesión es cuando estás en la pista, escuchas el aplauso y ves a los niños reírse. Entonces, te sientes como si valieras para algo, te sientes como importante. Aunque en realidad no seas nadie, porque lo nuestro es un espectáculo muy modesto, en ese momento te consideras importante sobre todo para los niños”.
Escuela de arte y de vida
Por otro trabajo mejor, cambiaría el de circense, pero es que “no lo hay. Cuando sales a la pista te sientes alguien, disfrutas de tu trabajo y para mí no hay otro oficio” que lo supere. A veces no se valora como se mereciera, pero “el circo es arte”.
Y también una escuela “de vida”. Los remolques de la pista de actuación y de los helados del Circo de las Estrellas, por ejemplo, los ha hecho su hijo David, un ‘fiera’ como herrero. “Lo mismo somos herreros, tapiceros, fontaneros, carpinteros y electricistas que payasos y equilibristas. Hacemos de todo, esta vida es lo que te enseña. Es todo ponerse y ser valiente, no tener miedo y decir ‘bueno, si sale mal, ya saldrá a la próxima mejor’”.
“Ahora no tanto, porque no es que tengamos mucho dinero, vas manteniéndote, pero antiguamente cuando no había casi ni un duro tenías que aprender a arreglar los camiones, a salir de cualquier situación y no podías llamar a nadie” porque no tenías ni blanca, con lo que tenías que aprender “por narices”. “Lo decía el ‘cura de los circos’, que ha venido a casarnos a varios de mis hermanos a las carpas, que esto tenía que ser como una asignatura, estar un año con un circo para aprender lo que es la vida, a valerte por ti mismo”, apunta David Parada, cuyas marcados surcos en las arrugas de los ojos delatan haberse reído mucho y también expuesto bastante al sol montando y desmontando las instalaciones del circo.
El aforo de quinientas localidades que prepararon la semana pasada en Poblete en varias de las cinco actuaciones, todas ellas diferentes, se quedó corto e incluso tuvieron que “dejar a gente fuera” dada la capacidad de atracción de un circo bajo las estrellas en el que ahora, por cuestiones de seguridad sanitaria de establecer un recinto, cobran la entrada a dos euros, aunque habitualmente “pasan un cesto” para que los espectadores depositen su aportación a voluntad en función de lo que les ha gustado el espectáculo.
“Si lo vives de chiquitito, de mayor te enamoras”
En Luciana esta semana está el Circo de las Estrellas, donde David padre y David hijo, o lo que es lo mismo Tarugo y Taruguito, comparten escenario en desternillantes números como ‘Los locos marineros del Vietnam’. Hasta nueve números, entre ellos, el bambú aéreo, el rulo diabólico, el monociclo, la escalera-balanza, un número de telas, trapecio y adiestramiento de perros hace David hijo, para quien, “si vives el circo de chiquitito, de mayor te enamoras, no se puede dejar esto”.
“Mi estación favorita es el verano porque hago lo que más me gusta y estoy con mi familia, así que no puedo pedir más”, sostiene Taruguito, que asegura que “lo mejor es el aplauso. Hay pueblos donde se aplaude menos, pero también donde aplauden mucho, lo que te sube la autoestima y la adrenalina”, al igual que “ir a comprar a cualquier sitio del pueblo y que los chiquillos te digan ‘Hola David’. Da gusto que te conozcan y seas popular”.
Con su padre Tarugo, hijo Dylan y sobrinos Ismael y Agustín, vestidos todos de payasos, parecen los Hermanos Marx en un camarote, trastada tras trastada, equívoco tras tropezón y de nuevo disparate y batacazo. Son responsables del “rato de felicidad” que proporcionan en muchas localidades. A Taruguito, portero en el campo de fútbol mientras su padre reparte juego en la medular, la gente le dice en bastantes pueblos, sobre todo pequeños: “Estamos deseando que llegue el circo porque es lo único que tenemos durante el año. Ni las fiestas nos alegran tanto. Y fíjate que es tan sólo una hora y media de espectáculo, pero durante ese tiempo están distraídos, se olvidan de sus problemas y se lo pasan bien”.
Para David hijo, lo de vivir en una caravana no es ningún problema. Al contrario, “tenemos lo mismo que en una casa pero en diminuto y como te acostumbres a una caravana no quieres otra cosa”. Tanto es así que en la casa de sus padres en Torralba, su habitación está llena de trastos y prefiere seguir “en la caravana en invierno”.
“Con que se entere una vecina ya lo sabe todo el pueblo”
De una localidad a otra, “lo más sufrido” de este trabajo es “el sol, y luego las manos: coger muchos hierros y peso, con lo que se te abren, te salen callos, se te agrietan”, en el montaje y desmontaje, que en cada caso les lleva aproximadamente una mañana, pero “ver a la gente, como cada año vamos a las mismas localidades, que nos está esperando y nos escriben por Facebook para saber cuándo llegamos, es muy grato”, resalta Mónica, que indica que en muchos municipios donde actúan no les hace falta publicitarse. “Con que se entere una vecina ya lo sabe todo el pueblo”.
Tras caerse de pequeña y romperse una muñeca, Mónica le cogió miedo y hasta los 18 años no volvió a subirse a las alturas, donde ahora hace un número precioso de telas con su hermano David, mientras canta debajo Azucena hija, quien afirma que su padre, a quien le caracteriza “su corazón y saber estar” y les ha transmitido la importancia de “ser respetuosos y atentos con el público”, es “nuestro guía, queremos ser como él, queremos morirnos en el circo”.
Sus propios dos hijos, Ismael y Agustín, “viven por y para el circo, les encanta”. Tanto es así que, cuando les dice que se vayan a casa, “les tengo que asegurar que ese día no trabajamos porque, como se enteren que hemos trabajo y ellos no han estado, bueno… para qué queremos más”.
El día que no están los Taruguines, lo notan. “Parece que se ha ido la alegría de la vida”, le suele decir David Parada ‘Tarugo’ a su mujer Azucena, ambos encantados de trabajar en lo que les apasiona, en aquello en lo que se han criado y crecido, y de disfrutar a diario de su nietos e hijos como una familia que se lo pasa bien y hace que las demás también se diviertan.