Plaza de toros de Las Ventas. Casi lleno.
Se lidiaron cinco toros de Montalvo y uno de Luis Algarra como sobrero en tercer lugar. Bien presentados. Serios, pero de hechuras armónicas. Mejores primero y segundo.
Ginés Marín: oreja y silencio.
Luis David: petición no atendida con vuelta al ruedo y silencio.
Pablo Aguado: ovación y silencio.
No todos los días son fiesta. Por suerte. Si lo fueran no habría posibilidad de contraste, y ese gustito que te da poder quedarte un sábado o domingo por la mañana calentito en la cama no tendría aliciente.
Pablo Aguado cortó cuatro orejas -nada menos- el pasado 10 de mayo en Sevilla, y no faltaría quien pensara que en Madrid pasaría algo parecido hoy sábado. Sin embargo son tantos los condicionantes que entran en juego para que un suceso así acontezca que lo convierten casi en un milagro. El toro. El torero. El acople. La espada. El viento. El público. El palco… Y no pudo ser. A pesar de las magníficas maneras que evidenció Pablo Aguado sin darse la menor importancia. Con capote y con muleta. Su primero, un sobrero cornalón de Algarra, se movió sin entrega y con acometidas desordenadas. Tanto que llegó a voltear por partida doble al torero sevillano, la primera vez con capote y la segunda con muleta. El regusto habría sido otro muy distinto si hubiera matado bien, algo que no sucedió, recetando dos bajonazos infames. También marró con la espada en el sexto, al que atravesó. Antes había encandilado a los tendidos con un torerísimo inicio, con tanta economía de movimientos como elegancia natural. El toro, sin ser un dechado de virtudes, se dejó, pero fue a menos, y con él la faena, de medida justa, enmarcada por el viento reinante.
Hacía aire. Es verdad. Pero a un entonado Ginés Marín no pareció importarle. Se sintió capaz de domeñar la embestida alborotada del primero de Montalvo, a pesar de las coladas, el punteo defensivo y los arreones. Bajó la mano y consiguió, al menos parcialmente, someter al toro y evitar la acción plena del viento. Sobresalieron sus series por el pitón derecho y el mérito de coger la izquierda más que dignamente. Además, cerró por bernadinas ajustadísimas y de una buena estocada entera arriba. Y la oreja fue a su esportón. Sin embargo el cuarto, protestado por flojo, desbarató la perspectiva de abrir la puerta grande.
A chiqueros se dirigía Luis David, a recibir a su primero a porta gayola pero tuvo que dar marcha atrás pues la puerta ya estaba abierta. El mexicano, rebosante de ganas dio fiesta al de Montalvo con capote y, en menor medida, con muleta, después de un vibrante inicio de rodillas en los medios en los que el toro metió la cara con categoría. No obstante el trasteo fue de más amenos, sobre todo cuando en el primer natural el toro casi se salió de la plaza. Dio algunos buenos por este pitón, sobre todo largos, pero faltó continuidad y sobró – sobre todo por el derecho- más despaciosidad. Mató, y bien , recibiendo, pero el palco no atendió una copiosa petición. Sin duda por considerar, acertadamente, que el matador no había dado cumplida réplica a su oponente, ovacionado en el arrastre.
En la lidia del quinto, que metió la cara medianamente, hubo ajuste y templanza demasiado escasos. En otra plaza habría podido cortar el rabo con su despliegue de pirotecnia taurina. Pero torear, lo que se dice torear, no fue él quien lo hizo.