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19 marzo 2024
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Una historia como las demás, y como ninguna otra

de
Julio César Sánchez
El camino en pos de un sueño de Paco Ureña

El caso de Paco Ureña es, de algún modo, uno de tantos. El de un muchacho que sueña con ser torero y que, para conseguirlo, apuesta con lo único que puede hacerlo: su sacrificio.

Cientos son los jóvenes que cada año se embarcan en la aventura casi utópica de convertirse en torero primero, y en figura después, lo que les convierte en doblemente valientes, pues a la dificultad intrínseca de la profesión de torero, se une la incomprensión con la que estos adolescentes se topan al compartir sus anhelos con jóvenes de su misma edad, con frecuencia siendo mirados como –casi- bichos raros. En época de inmediateces la mayoría de los “milenials” no consiguen entender por qué alguien se puede empeñar en sacrificar gran parte de los disfrutes de la juventud para intentar –y casi con seguridad no conseguir- llegar a matadores de toros.

Ureña, nacido en Murcia en 1982, agricultor ocasional por obligación, y torero –y de los buenos- por vocación, decidió dejar a su familia para intentar lograr esa quimera. Primero para pasar un tiempo en Andalucía, en busca de tentaderos, y más tarde a Madrid, la capital de España y de tantas otras cosas, entre ellas el toreo.

Allí asistió a la Escuela Taurina de Madrid, y pasó sus fatiguitas para poder mantenerse. Los sábados, cuando sus compañeros de piso salían de jarana, él caminaba desde Bravo Murillo hasta Las Ventas, y se agarraba a su puerta preguntándose si algún día torearía allí. Y toreó. Primero de novillero y más tarde como matador de toros. Pero el punto de inflexión para el toreo murciano llegó en el año 2015, en la Feria de Otoño, cuando cuajó una faena tan rebosante de verdad que hundió los pies en la arena como si fueran movedizas, y tiró de las embestidas de un torazo de Adolfo Martín como si no hubiera un mañana, convirtiéndose, casi al instante, en torero de Madrid.

En la pasada feria de Ciudad Real tuvimos la ocasión de verle cuajar una muy sólida actuación frente a toros de Victorino Martín. Y hace escasas fechas, de manera inesperada, coincidimos en el campo con Paco Ureña. Fue en la ganadería de El Ventorrillo, en una mañana en la que se tentaron cuatro becerras y dos novillos. No fue un tentadero malo, pero en esta casa salen con frecuencia mucho mejores, algunos extraordinarios. Pero sí sirvió para ver de cerca el toreo de Ureña, dando los frentes, quebrando la cintura para conducir las embestidas sin modificar la colocación inicial de los pies, hundiendo el mentón y sintiendo todo lo que hacía. Incluso hubo un momento casi furtivo pero ilustrativo del sentir de este torero: en un momento en el que cambió la muleta de sustento, colocó el fleco de la tela e hizo una especie de gesto flamenco con la mano, al estilo de un bailaor calé. Todo con una evidente interiorización personal, como torea este torero, ya aspirante a figura. Y puede que en el 2018 lo consiga. Ojalá así sea. Éste -como muchos otros- lo merece.

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