El escritor francés Patrick Modiano recibió el Premio Nobel de Literatura en 2014. No tengo ni idea de los cálculos que haría Anagrama cuando decidió incorporarlo a su catálogo, pero sería interesante conocer qué estudios de viabilidad justificaron su fichaje. En lo referente al factor comercial, fuera sospechas: salvando el período que va desde 1977 hasta 1989, en que los respectivos encargados de Alfaguara encomendaron a Carlos Ramírez de Dampierre la traducción al castellano de seis de sus títulos, ninguna otra firma se la había jugado tanto con Modiano. Tras la variación de las directrices empresariales que llevó a cabo el grupo PRISA en la etapa de Juan Cruz, editoriales como Debate, Seix Barral o la religiosa SM, entre otras, pusieron en los estantes más obras suyas.
Estas circunstancias dan a entender que estaba bien considerado, pero con unas cifras de ventas más que discretas, que supongo de unos miles de ejemplares por cada libro, que no solían favorecer segundas oportunidades en forma de reediciones o presencia en el Círculo de Lectores. Mientras fue lo corriente que sus libros pasaran desapercibidos para el público en general, los escasos fieles se prestaban ejemplares con un celo excitante, intrigados por la opinión que tendrían de los mismos tanto aquellos iniciados que no conocían la última novedad como los aspirantes al más allá de las listas de los más vendidos que se inmiscuían en el ruido y la paranoia del novelista.
Durante cuarenta años, Modiano mantuvo en España un estatus oficial de fantasma, ajeno al barullo de los cafés que tanto aman los personajes de sus historias y donde se labraron la gloria figuras locales como José Bergamín o Arturo Pérez-Reverte. Esta oscuridad relativa, a medio camino entre el abandono a merced del polvo por parte de los departamentos de promoción y el débil nexo (en apariencia) que une al escritor con el mundillo literario, la agrandaron hechos como el reconocimiento sin ambages de la irresponsabilidad de la Francia de Vichy o la repetición de ciertos clichés a lo largo de su trayectoria. Esto quiere decir que con su lectura nos enfrentamos a un autor cuyos lugares comunes conducen más a la típica e ilógica división entre amantes y detractores que a la unanimidad de un premio de relevancia internacional.
Un pedigrí narra, en menos de ciento cincuenta páginas, cómo crece un niño descuidado por sus padres en la Francia de la posguerra. El final es resumible: la redacción de El lugar de la estrella, cuyo manuscrito leería Raymond Queneau y publicaría Gallimard en 1968. Algunas grotescas aventuras acaecidas durante su adolescencia nunca habrían hecho pensar a Modiano que a partir de aquel año podría vivir en exclusiva de sus ingresos editoriales. Lo que sucede hasta 1967 está condensado en párrafos cortos, con una sintaxis clara y eficiente. La línea temporal de las experiencias, muchas desafortunadas y alguna que otra próspera, no pierde el hilo ni se va por las ramas en ningún momento, lo que es de agradecer.
Pero además hay dos factores que respaldan la legibilidad de este breve tomo de memorias: por un lado, el protagonista no cae en el victimismo fácil que algunos lectores tanto desprecian; por otro, y quizá como consecuencia de lo anterior, los episodios que se cuentan son creíbles, dentro de la crudeza que marca la vida del solitario adolescente que, por cierto, siempre anda buscando una ventana que le permita evadirse a la realidad (!), lejos del desangelado muelle de Conti o de la necesidad de empeñar trajes para poder pagar unas comidas. La acción no lleva al narrador al límite de convertirse en un Lazarillo contemporáneo, y solo el lector juzgará si esta realidad se debe a su decoro o a que la resolución de los casos que afronta está al alcance de la capacidad de una persona que adquiere demasiado pronto el instinto de supervivencia.
Un pedigrí. Patrick Modiano. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia. Anagrama. Barcelona. 2007. 136 páginas. 14 euros.