Siempre nos han dicho que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, algo que se ha repetido hasta la saciedad en el discurso de nuestra existencia. Lo hemos oído en la calle, en casa, en los medios de comunicación, siempre dentro de un contexto de mediocridad y falta de esperanza a la hora de tomar una decisión importante. Lo que quisiera transmitirles es la capacidad del ser humano para avanzar sin miedo y con la posibilidad de alcanzar lo que queramos, incluso en estos momentos de crisis que estamos padeciendo.
Todo este discurso ha ido calando de manera clara y traspasando la zona consciente del cerebro colectivo anidando en el núcleo inconsciente más profundo de nosotros. El miedo es el protagonista, lo rige todo. Miedo a un ataque terrorista, a la enfermedad, a quedarnos sin trabajo, a romper una relación incómoda, a un vecino, al futuro. Tal vez aquello que se tiene no es precisamente lo que se quiere. Más aún, puede que esté en la zopna más opuesta de nuestros deseos.
Entre uno mismo y los sueños se interponen obstáculos, el primero y el más grande, uno mismo. Y también se interpone una distancia, casi siempre considerable. Pero las grandes distancias se cubren de pequeños pasos. A veces un solo gesto, una sola palabra, introduce matices interesantes: querer y querese mejor, frente a querer y quererse más. Aceptarse para transformarse, vale la pena darse permiso para ir detrás de los propios sueños. Esperanza no es la seguridad de que algo vaya a salir bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, por encima de los resultados. Esa es la verdad.