Ligera, también un tanto sensiblera -al subrayar en exceso sus aspectos más dados a lo sentimentalón, el pasaje del bebé, por ejemplo, y la cuestión no estriba en el “qué” sino en el “cómo”, al igual que sucede casi siempre-, se beneficia de una dirección más o menos desenvuelta, con abundante utilización de drones que recogen la belleza y espectacularidad de la orensana Ribeira Sacra. Por momentos resulta un tanto mimética respecto a los títulos anteriormente mencionados y algunos otros más, pero se beneficia de un reparto de chavales que muestran desenvoltura y despliega unas loables intenciones al no mostrar sólo las aventurillas de éstos sino algo más, los procesos interiores que están viviendo cada uno de ellos.
El tema principal de la película, “Live is life”, de la banda austriaca Opus y lanzado justo un año antes de cuándo sucede la ficción inspirada en recuerdos autobiográficos -por tanto, de absoluta vigencia y moda en ese momento, pues la trama transcurre en 1985- resulta perfectamente revelador del espíritu de esta película, muy del estilo de su guionista Albert Espinosa (“Planta cuarta”, muchísimo más redonda gracias al genio de Antonio Mercero), es decir, un canto a la vida especialmente localizado en el chico diagnosticado de cáncer.
También se caracteriza por plantear etapas o momentos de individuos que se están convirtiendo en adultos, ese tránsito de la niñez a la adolescencia, que tan ejemplarmente plasmara el gran cineasta estadounidense Rob Reiner, amparado en un relato del fuera de serie Stephen King, en la ya citada “Cuenta conmigo”.
Por último, me quedo con una frase del propio Espinosa que bien pudiera definir el momento que recoge esta historia, “en los 80 éramos libres”. Inevitable la nostalgia para quienes vivimos aquella época siendo jovenzuelos y disfrutamos de aquellas interminables jornadas en compañía de amigos, veladas estivales interminables, bicicletas, colegueo, tonteos con chicas y sueños, muchos sueños… y esperanza, toneladas de esperanza.