Coincide con la feliz oportunidad que tengo de programarla en una de mis actividades cinematográficas semanales, la de VOS de VERSIÓN UCLM, por lo cual la experiencia es total, de lo más -nunca mejor dicho- inmersiva. Remasterizada, en 3D y en versión original subtitulada.
A estas alturas incidir en el suceso que la sustenta resulta huero. Está casi todo escrito en torno al mismo, serán futuros investigadores quienes tendrán que seguir aportando lo que sea. Estamos hablando de la tragedia del barco, del transatlántico más tristemente famoso de la historia. Una construcción que desafiaba cualquier límite, signo del mayor de los poderíos y que vio cómo se iba a pique casi en un periquete, un periquete atrozmente agónico que duraría dos horas y media, tras chocar contra un iceberg en un congelado Océano Atlántico en la noche y madrugada del 14 y 15 de abril de 1912. Algo que sucedería seis días después de su partida del puerto inglés de Southampton camino a Nueva York.
Lo que hizo el cineasta-ingeniero James Cameron fue todo un prodigio que se ve acentuado en la actualidad por los nuevos avances tecnológicos. Además, el deslumbrante cineasta estadounidense, consiguió algo importantísimo. Otorgarle de nuevo a la gran pantalla su condición de espectáculo elevado a la enésima potencia. Algo que volvería a repetir en otras ocasiones con “Avatar” y con su secuela del ya fenecido 2022 – “El sentido del agua”- en un tiempo y momento francamente delicado para la subsistencia del negocio. Bien se puede decir que él y el Tom Cruise de la estupenda “Top Gun: Maverick” han obrado el milagro de recuperar la asistencia a los templos de las luces y sombras por parte de un público masivo. Sólo por eso, todas estas películas valen oro. Pero es que, además, rebosan talento por todos sus costados, por babor y estribor.
Esto me sirve para volver a incidir en algo que siempre que tengo oportunidad destaco especialmente. Y es ese fabuloso sentido de la épica en cualquier género o registro, que ha logrado mantener en máximos niveles el cine norteamericano a lo largo del siglo XX y XXI. Y que le erigen en el verdadero relevo de los clásicos griegos. Sobre todo y, especialmente, en su dimensión westerniana, pero esa es otra historia para tratar en otra ocasión.
No quisiera dejar pasar tampoco por alto como sin ínfulas alguna, consigue infinitamente mejor ese propósito de criticar a las clases pudientes que su pretenciosa e insoportable coetánea “El triángulo de la tristeza”
Y puesto que a estas alturas ya está prácticamente todo dicho sobre esta mega producción inteligente, deslumbrante, arrolladora, me centraré en aspectos en lo que tal vez no se hayan derramado tantas ingentes páginas.
Lo que no voy a hacer es referirme al rodaje infernal que supuso, pues ha sido ampliamente detallado millones de veces. Pero sí considero oportuno volver a destacar que pese a ser un proyecto impecablemente rediseñado, se iban improvisando escenas o pequeños detallitos que resultan contribuciones de lo más sustanciosas. Como ese escupitajo que suelta Rose a su prometido. O el de instantes casi inapreciables como el de esa pareja de ancianos que deciden quedarse juntos y enfrentarse a una muerte seguras, responden a un hecho cierto. En general, y obviando oportunas licencias, responde en buena medida y en lo fundamental a lo que aconteció en la realidad.
Su coste fue de 200 millones de dólares. Visto lo visto en los últimos tiempos y en la industria en la que se mueve, tampoco supone una barbaridad. Y si vamos a resultados, me parece una nimiedad. Toda una empresa de lo más rentabilísima, ultra rentable. Téngase en cuenta que estamos hablando de la cuarta producción de la historia con más recaudación, rebasada recientísimamente por la citada secuela de “Avatar”. Tres de las cuatro primeras son del mismo cineasta. No está nada mal.
Cierro esta reseña sobre esta nueva, actualizada y preciosa revisión de “Romeo y Julieta” destacando la presencia de una actriz no muy conocida en aquel momento, o más bien olvidada, pero toda una luminaria del Hollywood más resplandeciente de comienzos del sonoro… Gloria Stuart. 87 años tenía en aquel momento, fallecería trece después, ya centenaria. Recuérdese que fue una de las reinas del fantástico y del terror en aquel comienzo del cine parlante, como quedaría patente en joyas como “El hombre invisible” o “El caserón de las sombras”. Incluso llegaría a trabajar en dos ocasiones con el mismísimo John Ford, en las espléndidas y hoy casi ignotas “Prisionero del odio” y “Hombres sin miedo”. El epílogo que le pone a la trama a propósito de un diamante, no puede resultar más emotivo. Y encima con esa imponente música de James Horner de fondo.
Mi deseo de una larga travesía en las mentes y retinas de tantos de nosotros y de sucesivas generaciones. Ah… Y si tienen ocasión recuperen dos clasicazos en blanco y negro de los cincuenta que tratan sobre lo mismo, con otras perspectivas más corales o “intimistas”, pero que son dos verdaderas gozadas, “El hundimiento del Titanic” y “La última noche del Titanic”. ‘Titanic