Tiene 23 años y ha catalogado 77 cuevas de Villanueva de los Infantes en su estudio final del Máster en Investigación y Gestión del Patrimonio. La historiadora del Arte por la Universidad de Murcia, Alba Ferrer Gabaldón, que ha pasado desde la infancia los veranos en la casa de su abuela materna en Infantes, presentará los resultados de este trabajo el sábado 18 de enero, a las 18 horas, en La Alhóndiga, encuentro que dará paso, previsiblemente, a la visita a algunas de estas cuevas.
La rojiza piedra moliz caracteriza a estas cuevas, las más antiguas de los siglos XVI y XVII, de un municipio que, según Ferrer Gabaldón, está “hueco” bajo la superficie y en el que, según las leyendas que se cuentan, los conventos estaban conectados por el subsuelo y hay gente que dice haber escuchado historias de niños que aseguraban haberse metido por una cueva situada en un extremo de la localidad y salir por “la otra punta del pueblo”.
La joven historiadora del Arte ha comenzado este año la tesis doctoral en la que va a profundizar en el estudio de esta arquitectura tradicional de Infantes, tratando de ampliar el catálogo de cuevas existentes y digitalizarlo para favorecer su accesibilidad y el volcado de datos, así como geolocalizar estas cuevas. Los objetivos son favorecer la conservación, revitalización y puesta en valor de estas cuevas que, así mismo, pueden ser, desde una perspectiva sostenible, un recurso turístico de la localidad.
Bastantes de las cuevas que ha catalogado son visitables si los propietarios privados acceden a ello y algunas son “muy grandes”, de más de treinta metros cuadrados con varias estancias, comenta Alba Ferrer. También hay casas que comparten una misma cueva, cuevas tabicadas con una ventana que da a la de otra vivienda, y otras que se han lodado con escombros que, resalta, es “lo peor que se puede hacer” ya que a la cueva hay que dejar que “respire” porque si no se producen humedades en las viviendas.
Las ventanas que hacen las veces de ‘respiraderos’ que dan a la calle de estas cuevas es una señal para encontrar estas cuevas, aunque si sólo dan al patio interior es más difícil hallarlas, expone la historiadora del Arte, que resalta que “con el paso del tiempo se han ido utilizando estas cuevas con diferentes funciones”. Puede que en los orígenes de las más antiguas, se emplearan como salvoconductos y en las iglesias como la de San Andrés se realizaron enterramientos, y, posteriormente, se compartimentaron y se usaron como bodegas, fresqueras y salones donde estar “más fresquitos en verano y calientes en invierno”.
Además del rojizo de la piedra moliz, en las cuevas de Infantes hay una serie de arcos que se repiten y hornacinas en los laterales en las que en muchos casos se colocaban tinajas para el vino o la conservación de alimentos. Así mismo, se encalaban como medida de higiene, cal que se aplicaba de forma directa y que la mayoría han perdido. Algunas están “espectaculares”, muy bien conservadas, otras se han transformado completamente y otras se encuentran en peores condiciones ante la ausencia de medidas para preservarlas.
Iniciativas como un proyecto que opte a ayudas a la conservación de la arquitectura tradicional y la creación de una ruta de cuevas o su utilización como un recurso más de rutas enoturísticas que incluyen también visitas a la viña y la cooperativa son algunas de las propuestas que se plantean a raíz de este estudio que saca a la luz y busca dar a conocer el Infantes más desconocido.