La santificación de Pablo VI supone una corona de la Iglesia a un genio cristiano inmerso en la duda torturante y honesta que interpela a Dios ante el misterio del mal y la lógica infrahumana del mundo. Pablo VI vivió su fe sincera, desnuda, ante el mundo de modo agónico, valientemente sincero, precisamente porque no se puso de espaldas ante las contradicciones que suponía seguir el camino de Cristo frente al confortable camino del mundo y de la Iglesia comodona, beatífica y afable que todo lo arreglaba y lo calmaba con un optalidón de dulce catecismo.
El gran Juan XXIII llamaba con cariño fraternal al cardenal Montini “mi Hamlet”, un teólogo gigante que resolvía todas sus dudas humanas con penitencia, gracia de Dios y un amor sin medida a Cristo. Como un Kant teólogo arrostraba su fe con razón impura, no conformándose jamás con una amable y acomodaticia razón pura, ajena a la condición humana de la duda y la incertidumbre verdaderas.
Hombre de fe arraigada en la insoslayable contradicción humana fue sin duda un héroe de virtudes cristianas, etimológicamente hablando. Su Evangelii nuntiandi hizo compatible cualquier cultura y civilización con la fe de la Iglesia, terminándose para siempre con el centripetismo del prepotente lógos europeo. Hasta Pablo VI el misterio de Jesús era transmitido y explicado desde el lógos clásico. Jesús venía a confundirse con el Lógos alejandrino, un atrevido desarrollo de las filosofías de Heráclito y Filón, hasta Atanasio de Alejandría, Clemente Alejandrino y un Hipólito heraclitiano.
Desde que el Lógos se hace carne, todo el mundo se llena de significación, ninguna sensación flota perdida, se revela el Espíritu por doquier y puede llegar el mundo a su descanso, porque Dios vive dramáticamente su Creación. Pero después de Pablo VI el Dios Jesús se transmite y explica desde cada mundivisión de creyentes, porque desde todas las mundivisiones naturales puede haber conversión en Cristo Jesús. Pablo VI hizo por primera vez a la Iglesia “kathólika”. Y si todas las civilizaciones y culturas están llamadas a la cristianización salvadora, también todos los hombres, con independencia de que sean clérigos o no, están llamados a anunciar el evangelio.
Esta hazaña del cardenal Montini sitúa aquel papado hamletiano en uno de los períodos culminantes de la Iglesia. También doloroso e incluso desgarrador, en cuanto que un Pablo VI firme tuvo que enfrentarse a algunas tempestades aniquiladoras que había levantado una pequeña parte del Concilio Vaticano II, y que pudieron haber zozobrado la barca de Pedro, y de este modo ser tragada por el modernismo, sin la mano sabia y resuelta de buen timonel que fue Pablo VI. Hasta los más honradamente dubitativos son los más resolutivos a la hora de defender la vida de la Iglesia acogiéndose a la ayuda de Dios. Dios premió por su amor al último Pablo VI con el don de una claridad absoluta.
Pasión ardiente por la verdad
Otro rasgo que definió a aquel entrañable papa fue su pasión ardiente por la verdad. El primer deber del hombre para Pablo VI era la búsqueda afanosa de la verdad a través de la propia investigación, la experiencia y el diálogo con los demás. La búsqueda de la verdad y su defensa son dos deberes complementarios de la dignidad humana, que exigen una sociedad libre en la que la verdad no sea perseguida ni escarnecida. La libertad es un requisito político para cumplir con la obligación de buscar y defender la verdad. Se debe defender la verdad incluso con la vida, porque Cristo encarna la verdad.
La propia libertad que deben garantizar los poderes civiles otorga a los padres el derecho de educar a sus hijos de acuerdo a los valores familiares. Ningún Estado quiere tanto a los ciudadanos como los padres a sus hijos. Este ejercicio de la patria potestad supone la existencia plena de la libertad de enseñanza, que constituye la prueba de que la libertad religiosa, la libertad de conciencia y de pensamiento, y la libertad de expresión y prensa son efectivas. No es propia de la dignidad del hombre la existencia de un Estado que establezca una enseñanza única en la que se dictaminen todos los pensamientos que deben tener sus habitantes.
La libertad es la principal condición política para que el hombre lleve una vida digna de llamarse humana; sin libertad el hombre se envilece y animaliza. Del mismo modo que Pablo VI exigió la libertad para el hombre-ciudadano a todos los poderes públicos del mundo, también exigió a los mismos la garantía efectiva de que la Iglesia fuese libre para poder cumplir la misión que el Único y Verdadero Maestro le encomendó, la salvación de todos los hombres.
Predicar el Verbo
Pablo VI pedía a los cristianos predicar el Verbo vivificante junto con los derechos de la persona humana. Exigió que en todas partes la libertad religiosa fuera protegida por una eficaz tutela jurídica y que se respetasen los deberes y derechos supremos del hombre a desarrollar libremente su vida religiosa dentro de la sociedad. Asimismo, Pablo VI ha sido el Papa más interesado en la educación de la juventud. La falta absoluta de gazmoñería de este genial Papa le hacía proclamar que en la educación hay que iniciar a los niños, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente educación sexual.
Gran conocedor de las metodologías didácticas de su época, aconsejaba a los educadores las metodologías activas en las que el niño fuera el centro del acto educativo – puericentrismo – y no un pretexto para impartir el currículum que la Administración exige. Puesto que los padres han dado la vida a sus hijos, Pablo VI sostenía firmemente que estos tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y, por tanto, hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales que todas las sociedades necesitan.
Papa de la búsqueda desesperada de la verdad y de la exigencia de la libertad y del derecho a la educación para llevarlo a cabo sin trabas y armados de conocimientos, su magnífica estatua en la amplia y penitencial explanada del Santuario de Fátima, obra del gran escultor portugués Joaquim Correia, de hinojos ante el misterio, con sus dos manos juntas en actitud de oración – como los primeros sacerdores orantes elamitas que podemos ver en el Museo de Pérgamo – ( sin la moda estúpida y snob de las manos abiertas – que no tiene la tradición milenaria del viejo rito: la Iglesia no puede ser jamás snob!!!) -, Pablo VI nos sobrecoge hipnóticamente con su recogimiento de inteligencia y profundidad. ¡Bendito sea el nuevo San Pablo al que uno devotamente se encomienda en esta noche de Octubre de 2018!