Entre tantos ‘Días Mundiales de…’, era obvio que la pizza debía tener el suyo, fijándose el 9 de febrero como si fuera la seña santoral para conmemorar la veneración para este manjar que gusta a todo el mundo, cuando la piña no forma parte de la ecuación.
Ingrediente arriba o ingrediente abajo, -la barbacoa sin cebolla ni maíz, por favor-, la pizza es uno de los alimentos más consumidos en todo el mundo y eso no es casualidad. Al año, son más de 5.000 millones de pizzas las que se sirven en una mesa cualquiera, y representan más del 20% de todos los restaurantes que se extienden por el planeta.
Por eso, en el año 2017, la UNESCO reconoció a la pizza como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, un título que no le hacía falta, porque en el imaginario colectivo, los recuerdos alrededor de ella, ya pesaban incluso más.
Los días de fútbol, las noches en las que no sabes qué cenar, las recenas después de una noche de resaca, las quedadas con amigos sea vestidos de ‘casual’ o para momentos más elegantes. En pareja, en solitario; como quieras, la pizza nunca defrauda.
Porque los planes de ‘sofá, peli y manta’, son mejores cuando se completan con una porción de pizza, aunque no quepa en una frase que a modo de titular quedaría demasiado larga. Porque esos triángulos bordeados en curva, sirven para dibujar mapas de ciudades que se visitaron, para recordar aquellas primeras citas que aspiraban con ser eternas y que acabaron por derrumbarse con el tiempo. Y esa pizzería que se convirtió en cobijo, ahora te guiña el ojo, como si guardase ese secreto, que quizás algún día te atrevas a contar a quien llegó de nuevas.
El origen de la pizza se remonta al S.XVI
El origen de la pizza se sitúa en Nápoles entre los siglos XVI y XVIII y se dice que la pizza margarita nació como homenaje a la reina Margarita y tal vez haya cambiado la idea y el concepto, pero si ha perdurado en el tiempo es porque aquel invento, que como tantos otros respondería a la locura, la improvisación y el ingenio, no hubiese durado tanto, rompiendo los moldes culturales sobre los que se extiende en todo el globo.
Y para disfrutar de una buena pizza, no hace falta caminar por Nápoles o que la persona que te la vende tenga acento italiano. Quizás a la vuelta de casa tengas un horno esperando a conquistarte, como lo hace siempre la pizzería Carlos de Ciudad Real, situada frente a la puerta de Toledo, desafiante, como si aquello fuera un duelo de western, donde se dirime quién se queda con la gloria de una de las plazas más emblemáticas de la ciudad.
Carlos es sinónimo de calidad, de cercanía y de tradición. Como su propio lema avisa, es ‘La pizza que recordabas’, si no lo creen, sólo tienen que intentarlo, usando como excusa, por ejemplo, la conmemoración de este Día Mundial de la Pizza.