La esencia de la democracia es debatir, contrastar, las soluciones planteadas por la izquierda y por la derecha, para ir resolviendo el día a día. Las soluciones vienen a través, del diálogo, de la discusión y el contraste de ideas entre la izquierda y la derecha, entre progresistas y conservadores. Que soluciones presentan unos, y cuáles los otros. Defendidas con fuerza y honestidad; admitiendo que todas son legítimas; luchando con la tolerancia que se exige para que haya una buena convivencia. Pero para eso se necesita contenido.
En el terreno de la fiscalidad, por ejemplo, hay unas claras diferencias. Cada uno pensará que las suyas son las mejores. Ahí está la habilidad y la energía para negociar lo mejor; aceptando y cediendo. Si uno de los contendientes se desvía a la lucha entre el bien y el mal, entre buenos y malos, es porque no tiene ni contenido ni argumentos. El debate y el acuerdo se hacen imposibles. Las dos posturas presentan una enorme gama de posibilidades donde discutir y llegar a acuerdos. Puede haber acercamientos o puede que se produzcan radicalidades muy difícil de consensuar. Es normal; pero cada no enseña sus cartas
Si la derecha basa su discurso en que la izquierda son los demonios con tenedor; que la derecha son los únicos con legitimidad para tener razón y poder gobernar; que la izquierda es la “democracia sin ley”; que la izquierda pacta con los que quieren romper España; que la inmigración es una invasión de nuestro territorio; o que lo del 36 no fue un golpe de Estado… ¿esa es la propuesta de la derecha? O no la tiene, o la tiene, y no la puede confesar. Sea cual sea, la derecha actual se presenta en la mesa de juego sin contenido, sin propuestas.