Hoy comienza el ciclo de la Feria de Abril de Sevilla, este año celebrado plenamente en mayo. El calendario litúrgico tiene estas cosas, además de muchas otras. Y comienza con una corrida de perfil medio si lo comparamos con los carteles de farolillos, pero que contiene elementos de gran interés. Uno de ellos es la lidia de toros de Torrestrella, una vacada orillada por las figuras pero que, año tras año, sigue demostrando que sus toros generan un interés notable.
También cabría señalar la participación de Joaquín Galdós, “el otro peruano”, un torero que ha demostrado el magnífico concepto del toreo que posee, y que ha puesto de manifiesto en nuestra propia provincia de Ciudad Real; el año pasado en Almodóvar del Campo sin ir más lejos.
Pero quien centra el foco de este texto, y de las fotografías que lo acompañan, es el extremeño José Garrido, un torero que nos deslumbró -hace ya casi cinco años- al encerrarse con seis utreros en la plaza de toros de Bibao, y saldar el compromiso con brillantez impropia de un novillero.
Desde entonces hemos seguido, a distancia, la pista a Garrido, desde hace tres años apoderado por un viejo conocido de la afición ciudarrealeña como es José María Garzón, hasta que hace pocas fechas coindicimos con él en el campo. Fue en la ganadería de El Ventorillo, propiedad de Fidel San Román y manejada por su mayoral, Enrique Sánchez.
Allí pudimos apreciar lo que ya habíamos visto antes en distintas plazas; que se trata de un torero de marcada personalidad, que maneja el capote con gusto arrebatado, y que con la muleta somete y brilla con estética al unísono. No obstante, estamos seguros que habrá tenido días más inspirados y rotundos que el que citamos. Ojalá uno de ellos sea la tarde de hoy, en Sevilla. Una de las escasísimas plazas donde un triunfo, gordo, te puede poner a funcionar de verdad. Y hacen falta toreros como José Garrido, para que aviven el avispero del -en gran parte- acomodado escalafón de matadores.