La Virgen de Gracia arrastra múltiples connotaciones en Puertollano, tanto para los que creen como los que permanecen alejados de devociones marianas. Es sinónimo de creencia, historia, fervor y sobre todo de reencuentro y es que posiblemente sean las fechas y el motivo que más lograr aunar a los puertollaneros de origen y de adopción que regresan a sus raíces a compartir y también a recordar.
La Virgen de Gracia está ligada con algunas de las costumbres más antiguas de aquel pueblo agrícola y ganadero que apenas pintaba en el mapa y que acabó convirtiéndose en el pilar económico provincial tras rasgar en las entrañas de su tierra.
En torno a la patrona se ha edificado un valioso legado de tradiciones que pese a los vaivenes políticos, brotes de anticlericalismo y conflictos bélicos se han logrado mantener en pie gracias al tesón de los propios puertollaneros, gobiernos locales y en especial a hermandades y cofradías.
Una devoción que se plasma día a día en muchos pequeños gestos que ya forman parte de nuestras vidas. Desde contemplar su silueta tras la mirilla como culminación del largo paseo hasta su ermita o la intuitiva forma de hacer la señal de la cruz en la frente cada vez que cruzamos su puerta o el mosaico de la trasera del edificio.
La Cofradía de Caballeros a su manera también ha salvaguardado algunos de los singulares legados, algunos más visibles como el tamborilero, ahora en plural, que anunciaba por las calles al redoble de caja, o el reparto entre hermanos a puerta cerrada del puñao de garbanzos tostados en el matinal encuentro de convivencia.
Puertollano cada septiembre se renueva y es más que motivo para no dejar de volver, de echar la mirada atrás en un constante juego con el reencuentro y los recuerdos de la infancia, y de los que ya no están y nunca se fueron. Unos días, como diría Manuel Alonso, en los que uno se siente más hijo de esta ciudad. “El roce hace el cariño”.
Cientos de relatos personales que se escriben en ese día marcado en rojo en cada ofrenda, en el ritual reparto de velas para toda la familia que en la noche del día 8 desbordarán el Paseo de San Gregorio de cera, emociones y lágrimas.
Algunas han sido las voces que en el último medio siglo han versado y dejado testimonio escrito de la veneración de Puertollano hacia la Virgen de Gracia, primero como salvadora de una población desesperada ante la peste y después ya como una ciudad moderna y desarrollada que mantiene su compromiso con la patrona.
El poeta y secretario municipal, Eleuterio Calatayud en 1957 la denomina como Virgen minerita, la raiz del alma y de su cuenca, la fulgente estrella.
Luis García Pérez en 1994 incluye a la Virgen de Gracia en su relación de símbolos de una ciudad cuya procesión se llena de “regueros de amor”, en una ocasión única para que el pueblo responda “a sus raíces e inmortaliza vivos los recuerdos está tejiendo con amor la historia”.
Blas Adanez califica a las fiestas patronales como íntimas, de intimidad de hogar y de sabor hogareño. Una ocasión para vivir en primera persona muchas experiencias, como el primer cigarrillo, el primer amor. “Las gentes se saludan sonrientes, se abrazan alborozados y antes de preguntarse ninguna otra cosa, los dos viejos camaradas corrieron tras el tambor de la Virgen, que jugaron en la glorieta”.
Para muchos y muchas son de esos días de los que brillan más del año, al menos en su corazón. Como relata el que fuera durante décadas su párroco, Gaspar Naranjo, “los preparativos daban comienzo unos meses antes, encargándose trajes y vestidos, incluso el calzado para estrenar, todo, el día de la Virgen, de tal manera, que se consideraba, descuidado, el que no estaba en todos estos menesteres, teniendo sumo cuidado de guardarlo todo para volverlo a lucir en las demás fiestas que durante el año se celebraban en el pueblo”.
También el sonido del tamborilero de la Cofradía de Caballeros lleva consigo un puñado de añoranzas para Juan Manuel Núñez. “El redoble del tambor, llega amortiguado a mis oídos cuando salgo a la calle y veo a este hombre a distancia caminar por el centro del paseo, ante la indiferencia de grandes y chicos. Viéndolo caminar me embarga un sentimiento agridulce porque este hombre me ha retrotraído a los lejanos años de mi infancia”.
La de septiembre es la hermana menor de las ferias de Puertollano, que siempre se mantuvo en un segundo plano por su sentido religioso en relación a las de mayo, que de forma reiterada se priorizaron en recursos y programación con un contenido más atrayente. Ya lo constató Cándido Rivero Simón en 1958 al describir que “no tiene la opulencia ni el color deslumbrante de la de mayo. Es menos bulliciosa y espectacular, más recoleta, más íntima, más hogareña. Su clima físico no desborda la fantasía como acontece en la riente primavera, y su signo es más espiritual, meditativo y reflexivo”.
