Como si de una culpa se tratase, confieso que me gustan los toros. Tengo adquirida esta afición, quizás de forma inconsciente, desde la infancia y el entorno familiar festivo y cultural de la época. Una afición que mantengo, de la no que alardeo pero tampoco reniego, que no quiero ocultar, que no es obsesiva. Se trata de una tendencia que en estos tiempos que corren me encasilla junto a otros muchos ciudadanos que confesamos sin pudor admirar el arte de Cúchares, que nos pone en evidencia ante unos supuestos valores en defensa de los animales, que nos cuestiona por admitir una brutalidad manifiesta según los cánones de lo correcto.
Es verdad que existen en el universo taurino muchos condicionantes, muchos ritos y tradiciones que deberían evolucionar, rectificarse y quizás alguna suprimir. Sin embargo, desde hace muchísimo tiempo la tradición taurina se ha mantenido en nuestro país con total naturalidad, con altibajos en el número de festejos y espectadores, con épocas más o menos brillantes, con mayor o menor debate. Alguna vez se utilizó para adormecer a las masas o como propaganda, pero nunca el espectáculo de los toros se impuso a la fuerza, ni se obligó a nadie la asistencia a los cosos de forma imperativa.
Hace algún tiempo pensaba que el mayor enemigo de la llamada “fiesta” estaba dentro del entorno que rodea a este mágico y apasionante mundo. Y pensaba que la disminución de encastes, la falta de fuerza de las reses, la obsesión por la plasticidad y la uniformidad de las faenas, el monopolio de determinadas empresas, la comodidad de las figuras, el fraude en los pitones y el mamoneo en general que también desgraciadamente existe en este entramado de intereses iban en detrimento del espectáculo taurino y que, lentamente, y a través del tiempo, podían dejar al mundo del toro un espacio casi residual.
Pero desde hace unos pocos años y siempre desde el mal llamado concepto de lo políticamente correcto, se trata de desprestigiar una tradición que tiene más valores de lo que algunos creen. Además, tampoco es un tema de máximo interés para el ciudadano pero de un tiempo a esta parte, los medios cuestionan cada vez más este espectáculo desde el punto de vista negativo basándose principalmente en el maltrato animal.
Resulta manido decir que si no fuera por las corridas y otros festejos menores la desaparición del toro como especie animal sería un hecho consumado y, qué decir del sostenimiento ecológico y natural de la dehesa y la ganadería extensiva o de la importante generación de recursos económicos en el apartado de ocio.
Pero no es cuestión de estar a la defensiva y tratar de justificar la inclinación por esta afición. Cada cual elige sus distracciones y ojo, existen algunas más que discutibles y de un riesgo mayor incluso que el toreo.
Me gustan las corridas de toros porque tienen un argumento teatral, son una ceremonia repleta de color, de reglas, de gestos y ritos que tienen mucho de ancestral y que no todos entienden y comprenden
Me gustan las corridas de toros porque tienen un argumento teatral, son una ceremonia repleta de color, de reglas, de gestos y ritos que tienen mucho de ancestral y que no todos entienden y comprenden. Una representación siempre imprevisible marcada por la reacción animal, de cómo el torero en una faena de apenas quince minutos debe doblegar o convertir en arte o estética la fuerza bruta y el instinto del animal.
Otros espectáculos taurinos se han recuperado de la antigua tradición. El ejemplo más evidente son los “recortes”, jugar con el toro. Por otro lado, también los encierros tienen siempre un componente atlético y de riesgo.
Algunas fiestas tradicionales como el “toro de la vega” han sido sobrepasadas por el exceso en todos los sentidos. No resultará fácil suprimirla del calendario y mucho menos con prohibiciones o con protestas violentas. Seguro que existen otras fórmulas para su paulatina desaparición.
Uno de los argumentos de los antitaurinos es el tema de las subvenciones con dinero público a los festejos taurinos. Casi de acuerdo con este punto de vista, pero siempre que se aplique ese concepto a las demás actividades lúdicas, deportivas o culturales. Porque debemos reconocer que en nuestro país casi todo está subsidiado, la industria, la agricultura, habría entonces que preguntarse ¿Por qué los toros no? Cuando el mayor atractivo de las fiestas populares son los festejos taurinos.
Me gustan los toros, siempre desde la barrera, porque mi punto de vista es la del espectador. Admiro el valor y la técnica del torero. Como aficionado tengo mis preferencias, pero no soy torerista ni torista. Si el arte y la plasticidad no se consuman al menos debe haber riesgo y emoción, porque cada toro tiene su lidia y parece que nos hemos acostumbrado a pegarle cuarenta pases a cualquier morlaco.
Me gusta todo el entorno taurino y lo que genera, especialmente, su rico lenguaje, pero me molesta y me disgusta el tufillo machista que rodea al mundo del toro. Seguiré prestando mi interés a pesar campañas, de críticas y prohibiciones. Defenderé siempre que pueda mi punto de vista sin tratar de imponer mi apego por un espectáculo ahora tan denostado, tan cuestionado y según los antitaurinos tan social y políticamente incorrecto.