Rién, se hacen fotos, saludan a conocidos, bailan, se atusan un poco el disfraz, entregan unos panfletos al público y miran impacientes el reloj para saber cuánto falta para que se inicie el desfile. Todo llega y todo pasa, que dijo el poeta, y el desfile comienza. Julián, el conductor, gana los primeros metros.
A medida que avanza la comitiva, aumenta el borbotón de espectadores que miran antentos para empaparse bien del tema y soltar las primeras carcajadas. Los Canutthi ven recompensado su trabajo con esas risas y aspavientos del público y, sobre todo, por lo bien que se lo pasan ellos. Superado el olivo de la rotonda de Oriente con Socuéllamos, la maquinaria carnavalera es ya imparable. Cada uno intepreta su papel, interactúan con el público, atienden a una periodista de televisión y se comunican entre ellos. “Vamos demasiado juntos”, “hay que acercar ese inalámbrico para que no se acople el sonido”, “nada de desfilar con una vaso en la mano”, “que no se alargue mucho la distancia con la peña de delante”…
El talento carnavalero hay que multiplicarlo cuando se llega a la plaza. El presentador anuncia su llegada y ellos se afanan en escenificar el tema de la mejor manera posible. Lo consiguen. Superada la plaza, la calle se estrecha y entonces la comunión con el público es total.
Ingente esfuerzo de oratoria
La noche se echa encima y todavía resta un buen trecho de desfile. Miguel García, que borda a un tal Antonio Ferreras, va dando cancha a los personajes en un ingente esfuerzo de oratoria que le tiene pegado dos horas al micrófono.
Donald Trump se pelea con el coreano, Pastor entrevista a Puigdemont, encajado en un monitor de televisión, la policía carga contra los independentistas, “los mozos de cuadra” demuestran una actitud algo pasiva, algunos empresarios dicen que se marchan porque así es imposible, se ve al Rey Felipe tratando infructuosamente de poner algo de cordura, en el Pleno la alcaldesa y concejales debaten a grito pelado, los vendedores de banderas no dan abasto….
Llega el final. Los Canuthis están contentos y hacen algo de autocrítica. Poco después reponen fuerzas en un restaurante y al filo de la medianoche se presentan en la carpa. Bailan, rién, juguetean por el escenario, gastan bromas a todo hijo de vecino. Son incansables.