Una obra de Sébastien Thiéry, versionada y dirigida por Sergio Peris-Mencheta con Javier Gutiérrez, Cristina Castaño, Armando Buika, Xabier Murua y Quique Fernández en el reparto. La función cosechó un gran éxito, recibiendo una sonora ovación del público.
El señor y la señora Carnero cenan en su apartamento, de espaldas al público y el monótono tictac de un reloj de cuco envuelve la escena. De pronto, suena un teléfono y Carnero (Javier Gutiérrez) se dirige al público con cajas destempladas. Ya advirtió una voz en off del mal genio de los actores con respecto a los móviles. Pero el ring-ring sigue sonando y Juan Andrés Castaño contesta la llamada; el interlocutor le pregunta por el señor Schmitt.
En ese momento, a los Carnero se les viene abajo su mundo y empiezan a moverse por una realidad que (aparentemente) no conocen. Una suerte de mundo paralelo, andorrano, que no es el suyo pero que viven en él. Solo les quedan dos opciones, ir contra corriente o dejarse llevar por ella. Y a partir de ahí comienza un viaje entre la comedia del absurdo y la tragedia existencialista que hace que el público se debata (nos debatamos) entre la risa y la reflexión. Queremos reír nos gustan los actores, nos identificamos con los personajes pero, en algunas ocasiones, la risa se nos hiela.
Un fantástico Javier Gutiérrez y una estupenda Cristina Castaño nos mantienen alerta durante la hora y media de la obra. No nos dan tregua. El primero cambiando constantemente de registro, bordando su dialogo, su silencio o incluso, sus movimientos. Cristina Castaño pasa de ser una mandona insoportable a mostrar una tranquilidad inquietante. Xabier Murua, Quique Fernández y Armando Buika arropan con solvencia a los protagonistas, reforzando las escenas y la parte más absurda del montaje. Un policía y un psiquiatra argentinos y un hijo (biológico, aseguran) negro. Por poner alguna nota discordante, desgraciadamente algunas frases de los actores no se oían con el inconveniente que supone para seguir la trama.
Y todo ocurre en un magnifico escenario, muy elegante, que representa el piso de los Carnero / Smichtt y que cambia como la acción. La obra, por momentos, nos recuerda a Ionesco. También nos hace pensar sobre quien somos y si hay que dejarnos llevar por la corriente o ser un salmón.
Cuando cae el telón, el público acaba puesto en pie aplaudiendo el gran trabajo del elenco de “¿Quién es el señor Schmitt?
