Así se nos pone en situación por parte de una de las películas más placenteras que recuerdo haber contemplado jamás, experiencia repetida igual de gratificantemente a lo largo de mi ya extensa vida cinéfila.
CHARADA supone muchas cosas y todas ellas generadoras de absoluta felicidad. Por ejemplo, disfrutar, una vez más, de la primorosa batuta del siempre elegantísimo, refinado, Stanley Donen. O la enésima lección interpretativa de un madurito, sazonado, Cary Grant, que se expresaba bien hasta con el cogote o con la barbilla, aquí lo podrán comprobar en todo su esplendor a propósito de una naranja. O Audrey, claro, paseando su inconfundible, su inigualable estilazo, vestida de nuevo por Givenchy.
Igualmente supone también contemplar esplendorosamente a esa Ciudad Luz; ese bateau mouche, ese barco de medianoche recorriendo románticamente el Sena mientras ilumina con sus reflectores a jóvenes parejas de enamorados; una intrincada intriga y rompecabezas de resolución pasmosamente sorprendente y sencilla; una embriagadora música que provoca ensoñación; una historia con inconfundibles aromas “hitchcockianos” igualando al maestro en cuanto a pericia y suspense, en definitiva, toda una reafirmación en el cine.
A propósito del “mago del suspense”, parece haber quórum al destacarla como la película que mejor ha captado las esencias y el perfume de su estilo.
Inevitable el enganchón con esa chispeante, despistante, graciosa en su sentido más profundo, historia de amor entre Regina Lampert y Peter Joshua. No se puede desplegar más gracia, encanto (o puestos que estamos donde estamos… charme) y desenvoltura.
El sentido del humor, que no es lo mismo que ser divertido, es fundamental en todo su desarrollo. Lo recorre prácticamente desde su principio hasta su frenético desenlace.
Y vuelvo a retomarla, para mí está, sobre todo, la divina Audrey. Esa criatura humana y celestial a la vez, grácil como una gacela, por la que desde que la descubriera en una pantalla, me he sentido especialmente arrebatado. Una de mis más dichosas obsesiones fílmicas, la mejor. Aquí duchándose, espiando, en la nieve, en barco fluvial, en un entierro, en la situación y el escenario más pinturero que imaginarse puedan, desplegando en todo momento glamour del más auténtico, sin afectación alguna y una fascinación sin igual. Su romance con Grant, pese a la diferencia de edad, veinticinco años de nada, no puede resultar más creíble.
Donen volvería a repetir tándem con la actriz en esa obra maestra de signo opuesto, más bien desencantado, agridulce. Una de las más incisivas, agudas y sutiles reflexiones sobre la ruptura de pareja, titulada DOS EN LA CARRETERA.
Muchos genios del Séptimo Arte se dieron aquí cita. Entre ellos, otra de mis debilidades en su apartado, el sensacional músico Henry Mancini. La canción principal que compondría, con coro mixto, volvió a estar nominada al Oscar. Esta vez no lo obtendría, probablemente debido a que había ganado tres estatuillas doradas consecutivas, por DESAYUNO CON DIAMANTES –canción, banda sonora- y DÍAS DE VINO Y ROSAS. Supongo que los académicos pensaron que resultaba ya abusivo… pero se lo hubiera merecido otra vez, vaya que si se lo hubiera merecido.
Jonathan Demme, el de EL SILENCIO DE LOS CORDEROS, perpetró en 2002 una nueva y muy libre versión, LA VERDAD SOBRE CHARLIE que, sin ser desdeñable del todo, palidecía ostentosamente ante este original.
Siempre me invade un estado de catatónica felicidad cada vez que la reviso, da igual en súper o en minúscula pantalla.
(Este lunes 8 de noviembre a las 22:00 horas en La 2)