Me deja durante toda su proyección casi sin respiración, exhausto. Exhibe un ritmo endiablado, es negra negrísima, climática, sórdida, sofocante.
Hasta tal punto me ha gustado que lo considero desde ya mismo el mejor título del cine español del fértil 2016 junto con “Julieta”, y tal vez el mejor policíaco de nuestra cada vez más estimable historia tras (o junto a) “El cebo” y “La isla mínima”.
Tras conferirle un sesgo particular a la comedia sentimental “made in spanish” con sus dos primeros largometrajes –acumula ya una considerable experiencia en las series televisivas-, “8 citas” –codirigido con Peris Romano cuando tan solo contaba con 25 años- y sobre todo el muy apreciable “Stockholm”, el cineasta español Rodrigo Sorogoyen consigue aquí, con este tercero, un trabajo de una madurez verdaderamente envidiable, insolente.
Ofrece cine negro carpetovetónico de primera, potente, hiperrealista, sin respiro ni concesiones facilonas, carente de una sentimentalidad que en ocasiones ha podido lastrar al género, hiper violento, en todo momento apasionante.
Se apoya en el trabajo de dos actores inmensos, dos personajes antitéticos pero a los que acaba uniendo un denominador común, sus descargas –más evidentes en uno, inesperada en el otro- de ira… rememorando al reciente Raúl Arévalo de la notabilísima “Tarde para la ira”, aislados, desorientados en lo personal por su carácter extremo, con serias dificultades para relacionarse con los demás, traumatizados o diríase que enfrentados con el mundo y consigo mismos, también buenos y concienzudos profesionales. Tremendo el trabajo de unos físicos, intensos, extenuantes Antonio de la Torre –entre los grandes ya desde hace tiempo- y Roberto Álamo (“La piel que habito”).
Estamos ante una visión nada amable de los agentes de la ley y de la sociedad en la que se desenvuelven, en la que peregrinos que dan la bienvenida al Papa Benedicto XVI en Madrid conviven con manifestantes airados y anti sistemas.
La pintura, la descripción tanto ambiental como de los propios hechos resulta irreprochable. Al respecto sobre la segunda cuestión, lo que es la trama policial, esa búsqueda de un asesino y violador de ancianas, resulta también irreprochable, manteniendo en todo momento la tensión y la intriga.
Pero “Que Dios nos perdone” posee una serie de recubrimientos que le confieren aún más grandeza, algo característico de un género que cuando alcanza parámetros de altos vuelos, no solo se limita a centrarse en las puras pesquisas policiales, sino que suele contar mucho más de fondo, bien sean caracteres psicológicos de los propios personajes, sociales o de otro tipo.
Obtuvo la Concha de Plata al mejor guion en el Festival de San Sebastián, pero aun desconociendo a las ganadoras, no sé por qué me da en la nariz que no creo que ninguna otra propuesta le hiciera sombra como mejor película.
Quien sea afecto a este tipo de historias, dentro del brillante viraje que está dando el cine español en este terreno, creo que en un alto porcentaje no solo no se arrepentirán de verla, sino que disfrutarán a lo grande. Ahora eso sí, prepárense para una violencia, física, psicológica, descriptiva, casi insoportable, casi insoportable y de lo más exacerbada. No otorga tregua.