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26 abril 2024
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El incendio de Ruidera

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Vista del incendio de Ruidera, en los primeros momentos, el lunes por tarde / Lanza
Gabriel García-Noblejas Sánchez-Cendal. Profesor de la Universidad de Granada y vecino de Ruidera varios meses al año / RUIDERA
A todas estas personas que, de manera oficial, cumplen las tareas que aquí en Ruidera desarrollaron (es decir, a las personas que “trabajan de eso”), hay que sumar muchas otras que se ofrecieron voluntariamente a luchar contra el fuego, siempre dirigidas por los bomberos, la Guardia Civil o el Ayuntamiento de Ruidera. Los voluntarios han sido de toda edad, sexo y condición

El incendió de Ruidera—los datos que aportamos en estas líneas son todos oficiales, facilitados por el Ayuntamiento de Ruidera—se inició el lunes pasado 25 de julio hacia las cuatro de la tarde, se dio por “estabilizado” a las doce y media de la madrugada del martes tras un día en que Ruidera estuvo a punto de arder, y se consideró “totalmente extinguido” el miércoles a las nueve de la noche. Si el día del incendio fue duro, más aún lo fue para los trabajadores del Geacam de Ruidera, que siguieron apagando pequeños fuegos por una extensión de unas cuatrocientas hectáreas, pero sin el apoyo logístico del primer día.

Midiendo en línea recta por el monte, las primeras llamas estaban apenas a dos mil metros de las construcciones de Ruidera más cercanas. El fuego ha quemado cuatrocientas hectáreas aproximadamente, no muchas más, no muchas menos. De ellas, gran cantidad se encuentran dentro del Parque Natural y pertenecen a particulares: son fincas grandes (como La Gata, La Malena o Los Llanillos), pero también pequeñas parcelas que arropan viviendas. De éstas, tres quedaron seriamente dañadas, pero también quedaron dañadas infraestructuras (de abastecimiento de agua o electricidad, por ejemplo) en numerosas algunas parcelas privadas. Y, a pesar de tanta destrucción, no ha habido víctimas personales, no ha habido muertos, no ha habido heridos.

El fuego se dirigió por el monte sobre todo hacia Ruidera. Muy pronto se puso en marcha el plan de extinción y salvamento, que fue coordinado por tres personas distintas en cada uno de los tres días del siniestro, todas pertenecientes al cuerpo de extinción. En dicho plan, intervinieron—una vez más, aportamos sólo datos oficiales—diez medios aéreos, cinco medios terrestres (grandes camiones de bomberos), cincuenta y tres efectivos (bomberos de las brigadas de Molinicos y Liétor), personal del Geacam (Gestión Medioambiental de Castilla-La Mancha) y una nutrida cantidad de personas de Protección Civil. Dos máquinas cortafuegos llegaron desde la provincia de Albacete y los dos aviones “foca”, desde Valladolid. Además, la Guardia Civil envió una gran cantidad de números.

A todas estas personas que, de manera oficial, cumplen las tareas que aquí en Ruidera desarrollaron (es decir, a las personas que “trabajan de eso”), hay que sumar muchas otras que se ofrecieron voluntariamente a luchar contra el fuego, siempre dirigidas por los bomberos, la Guardia Civil o el Ayuntamiento de Ruidera. Los voluntarios han sido de toda edad, sexo y condición. Ahí estuvo José Eugenio con su excavadora, el primero que se ofreció al Ayuntamiento para ayudar y que se jugó la vida haciendo un cortafuegos entre las llamas y Ruidera; como también hicieron Félix y Emiliano con sus tractores. Ahí estuvieron un puñado de voluntarios adolescentes por las calles. Y otros voluntarios que se ocupaban de recoger niños que habían perdido el contacto con sus padres y conducirlos hasta ellos. Y otros que hicieron cumplir, puerta a puerta, las órdenes de evacuación de la Guardia Civil y que cortaron las carreteras hacia Ossa de Montiel y Argamasilla de Alba para canalizar la evacuación hacia Manzanares. Y otros que se dedicaron a atender a unas quince personas que fueron alojadas por el Ayuntamiento en el camping de Ruidera para pasar la noche y a las propias brigadas de bomberos. Y otros más, en fin, que impidieron que el fuego se propagara por la orilla izquierda de las lagunas a las fincas Casa de Caoba y La Moraleja y se dirigiera o hacia el cementerio del pueblo, dejándolo cercado por el fuego, cosa que no sucedió. Y otros, y otros, y otros más.
El fuego se quedó a menos de ciento veinte metros de un gran depósito de gas que hay en Ruidera y apenas a ciento cincuenta metros de la gasolinera. Y a una distancia similar de los campos de deporte públicos. Es decir, a nada del pueblo.

No. Lo hemos dicho mal. No se quedó, sino que fue frenado. Del heterogéneo número de personas que lo frenaron, hay un primer grupo que se dedica, precisamente, a este tipo de misiones; nos estamos refiriendo a la Guardia Civil, a los bomberos, a los efectivos del Infocam y del Geacam en general. Quizá muchos piensen que no se merecen unas líneas que destaquen y agradezcan su labor, porque, al fin y al cabo, “han elegido ese trabajo y sólo cumplieron con su deber”. Fue y no fue así. Porque hay trabajos y trabajos.

Si bien todo trabajo tiene un determinado impacto social, el impacto social de cada trabajo es de muy diferente naturaleza. El impacto social de un profesor consiste en formar personas; el de un ebanista, en hacer muebles para personas, pero el de una brigada de bomberos, por ejemplo, consiste en algo mucho más noble, más arriesgado, más vital: consiste en salvar personas, en salvar todas las vidas de todos los demás. Consiste en lograr que la vida siga. De modo que el impacto social de dichos trabajos es vital: salva vidas y permite que todos sigamos vivos con nuestras ocupaciones y trabajos; permite que la sociedad siga existiendo. Así lo hacen también los miembros de la Guardia Civil, del Geacam, del Infocam… No. No son trabajadores normales. Porque no es “normal” arriesgar la vida propia para que la de los demás exista. De su labor dependen nuestras vidas. De su valentía. De su nobleza. De su generosidad.

El otro gran grupo de personas que lucharon contra el incendio de Ruidera estuvo formado por los voluntarios. Su entrega es igual de noble y de valiente que la de los anteriores; su labor será, sin duda, menos profesional, pero tal desajuste queda suplido con creces por su afán de cumplir con un deber que nada ni nadie les ha impuesto, su voluntad desinteresada de salvar a los demás por mero sentido de la responsabilidad. Su generosidad es tan fuerte como la de un bombero. Y su entrega. Y su grandeza. En ello, todos fueron iguales.

Por ello, Ruidera les debe hoy la vida. A todos sin excepción. Ellos sólo dieron. Mejor dicho: se dieron. Su tarea no consistió en dar sino en mucho más, en darse. Darse ellos enteros. Ofrecer su vida, su pasado, su presente, su integridad física, su voluntad, su futuro para que los demás tengamos todo eso. Lo que nos dieron, en suma, es algo infinitamente más grande y fundamental de lo que estas líneas les pueden devolver. Por ello, ojalá, en nuestros gestos cotidianos, aprendamos algo de su nobleza y seamos, al menos un poco, como ellos.

 

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