Acabó el Festival de Almagro/2018. Pero no es hora de hablar de los éxitos cosechados, ni tampoco de los logros conseguidos. Ni acaso tampoco de recordar las asignaturas pendientes, que las hay. En todo caso, es hora de hablar de los Espacios Escénicos, sus fantasmas, y sobre todo de las guapas chicas y los chicos majos. También de los gestos cordiales y las palabras amables del Personal de Sala. Eso sí, todos ellos coordinados por el inefable y nunca bien ponderado Félix.
Almagro termina, pues. Aunque lo que verdaderamente termina es la 41 edición de su Festival Internacional de Teatro Clásico Español (Por favor, no olvidemos este gentilicio). Almagro, en cambio, está en su mejor momento. Con la veteranía de una ciudad gloriosa, no sólo por la grandeza que puede aducir todo lo que al Siglo de Oro español atañe, sino también con la lozanía de la población que cada año con el Festival sufre un poderoso lifting. Casi imperceptible, indoloro, incruento, pero efectivo. Las retinas de nuestros ojos, y las neuronas de nuestra memoria han quedado impresionadas un año más porque las vivencias son siempre impresionantes, quizá incomparables, y puede que hasta irrepetibles.
El año que viene, más. Pero este más no es un mero adverbio de cantidad, sobre todo si lo maridamos con el comparativo de superioridad de bueno. Será, por tanto, también mejor. Ya se cumplieron los 41 años, y ya estamos inmersos en la cuarta década de la celebración. Mucho tiempo… Algunos no atravesarán por segunda vez esa puerta.
Estar o no estar
O ese puerto, como dijera el césar Carlos (“…No atravesaré ya otro puerto sino el de la muerte”, Tornavacas, Cáceres, 3 de febrero de 1557), de amplias reminiscencias en la ciudad de Almagro por obra y gracia de sus banqueros, aquellos Fugger castellanizados en Fúcares. Ya se sabe, el español -y el manchego es el español por excelencia- tiende a desmitificar las cosas, las personas y hasta los tiempos. Pero llegará el momento en que quien esto escribe no pueda franquear ya esa puerta… Aunque volveremos días, semanas y meses después de mañana, para reencontrarnos con la magia que envuelve a esta ciudad. Incluso para el cercano San Bartolomé. Aunque, es bien sabido que las fiestas locales nada tienen que ver con el Festival. Ni en duración, ni en altura de miras, ni en originalidad, ni en internacionalidad. San Bartolomé es una fiesta más para los de dentro. El Festival en cambio, lo vendemos a los de fuera. A todos. Con independencia de sus credos y lugares de origen.
En fin, otra vez la magia está servida. Se ha dicho que recordar es volver a vivir. Y es seguro que la magia de imágenes, recuerdos y vivencias nos atrae fuertemente a la ciudad de Almagro. Un año tras otro. De ahí que tantos fantasmas de ayer y de hoy pululen por sus calles y sus espacios. También por sus espacios escénicos. Que no son simplemente espacios geográficos. Son también la materialización de las líneas y situaciones que otros inventaron –ignotos destinos, aviesas intenciones, amores virginales, pasiones fingidas, odios irrefrenables- dentro de la mayor interculturalidad posible. Y que siguen emocionándonos frente a la embocadura, ¡para eso es teatro!
Pero, finalmente, los espacios escénicos son también el rostro amable y hermoso de los jóvenes voluntarios -y voluntarias, claro, transijo- que cada año con el arma de su sonrisa mejor afilada, sitúan al afortunado espectador frente a los avatares, las peripecias o los amores del escenario. Para que se sienta testigo de excepción de historias variadas, lejanas ocurrencias, remotos sucesos, increíbles mitos y melodiosos cantos, y los vivan y los asuman. A esos rostros hermosos -de gráciles figuras, varoniles gestos, poderosos ademanes y frescas intenciones- queremos, aquí y ahora, homenajear y agradecer.
Todos menos dos
A los del Corral de Comedias (Maribel, Diego, Estefanía, Blanca, Celia y Conchi). También a los del Patio de Fúcares (Miguel Ángel, Alberto, Mª Nieves y Beatriz). Del Teatro Municipal (Álvaro, Ángela, Belén, Sonia, Manuel, Chelo). Del Hospital de San Juan (Juan, Nacho, María, Álvaro, Pilar, Antonio, Carmen, Nieves y Almudena). Y también a los jóvenes del Silo (Ana María, María, Sergio y Laura). Desde luego, nos faltan los de Áurea y Palacio de los Oviedo que, por razones de agenda, no hemos podido inmortalizar…
Todos ellos juntos suman más de treinta jóvenes. Pero aunque no estén en nuestras fotos todos los que son, sí que son los que están, y es ésta una muestra amplia, hermosa, con calidad humana y edad de merecer. ¡Va por ellos! Muchas Gracias. Seguiremos viéndonos, Dios mediante.