La comunicación es la base para el entendimiento y, hasta cierto punto, la evolución de la humanidad. Suena hiperbólico, pero no lo es tanto. Sin comunicación, en cualquiera de sus variantes, no puede haber entendimiento ni intercambio de experiencias o sentimientos.
Uno de los vehículos más usuales para el logro de esa comunicación, el más ampliamente utilizado, es el habla; la utilización de un sistema verbal común, el cual se rige por unas normas gramaticales y de uso.
El objetivo último de una representación de teatro radica precisamente en eso, en comunicar, en transmitir por medio del lenguaje o de gestos, emociones al espectador, y este fin no cabe duda de que se consigue con mayor plenitud si el mensaje está bien articulado, bien engrasado.
A estas alturas no vamos a descubrir la categoría profesional del irlandés Denis Rafter, miembro, por ejemplo, de la Academia de las Artes Escénicas de España, algo intensamente meritorio, al ser portador de un reconocimiento de tal categoría fuera de su país.
Sin embargo para abordar un texto de la complejidad y, por momentos, intensidad del Quijote, y además condensar parte de su múltiple mensaje en 80 minutos, se debe tener un dominio de la lengua vehicular elegida muy notable.
No fue el caso de Rafter ayer en el Teatro Municipal de Almagro, donde puso en escena su Don Quijote de Dublín, a partir de la magistral obra de Cervantes Don Quijote de la Mancha. Su innegable magnetismo en escena se vio parcialmente eclipsado por sus atascos al articular un mensaje de gran emotividad. De hecho los momentos más intensos y fluidos se vivieron cuando Rafter echó mano de su lengua madre, el inglés, para recitar, maravillosamente, distintos fragmentos de obras de Shakespeare.
Valiente fue Don Quijote, aunque tan solo fuera un personaje de ficción vertido en tinta por un no menos valeroso –e ingenioso, e innovador y humano, y tantas otras cosas- Miguel de Cervantes, y valiente ha sido Denis Rafter por tener el loable atrevimiento de aportar su granito de arena, de abordar un texto de tal complejidad, aunque el resultado no haya sido el que, a buen seguro, su asesora de verso Pepa Pedroche y él mismo anhelaban.