“El mundo es un pozo sin brocal”. Es el símil sobre la trascendencia de la existencia de cada persona, y la opción liberadora a vivir “sin miedo”. La metáfora sirvió a El Brujo para dar comienzo a la segunda y última función de ‘La luz oscura de la fe’ dentro de la programación del Festival de Teatro Clásico de Almagro, donde el veterano actor y director ha sido, un año tras otro, caballo ganador.
El público de la Casa Palacio de los Oviedo repitió la escena final de cada edición: en pie para ofrecer una cerrada ovación a quien los gags vocales y gestuales –a veces sobreactuados- le sirven de magnetismo con el anfiteatro.
En la actual versión sobre el místico San Juan de la Cruz y su espiritualidad redentora, ya representada en el certamen almagreño, incorpora un nueva línea argumental emparentada con el universo literario uno de los escritores ‘pata negra’ de la narrativa poética de los siglos de Oro españoles, Miguel de Cervantes, e incluye una adecuada ambientación flamenca en la introducción y el desenlace del genial Enrique Morente, con su ‘Aunque es de noche’.
En el nudo, Javier Alejano ofrece en directo lecciones de violín y de percusión. El músico acompaña el monólogo y conforma la escenografía oscura y poco habitada de elementos, tan solo con una treintena de velas dispuestas en círculo y una banqueta.
De negro se presenta quien en Almagro ha sido cómico, Lazarillo, Teresa de Jesús, Shakespeare, Fray Luis de León o San Francisco de Asís. Teatro en estado puro.
Durante 90 minutos, Rafael Álvarez se empeña utilizar la espiritualidad como fuente de humor y en divulgar como un cuento los sueños que marcan la vida de personas y de la propia naturaleza, aunque por momentos alcance cotas cómicas con una desnudez demasiado básica y repetitiva. En lo gestual y en la voz a lo Ozores.
Precisamente son estas licencias las que permiten al monologuista medir al público con comentarios sobre la actualidad que toque cada año, el mundial de fútbol hace años, la política de Rajoy o Zapatero en otros, o la pandemia y la estirpe de los monarcas ‘felipes’ en la presente actuación.
Con todo, logra transmitir exitosamente la importancia de Dios para un místico, en esta función para Juan de Yepes, quien con 5 años se cayó a un pozo y fue salvado por ‘la luz’ mariana de la Virgen, tal y como escenifica empáticamente en el arranque de la obra.
Pero San Juan de la Cruz, “impregnado del aroma de la reforma del Carmelo”, fue también el Quijote de Cervantes. El Brujo reivindica la valentía de ambas figuras -una real y otra ficcionada- a través del capítulo 19 de la universal novela, cuando el cuerpo yacente del santo es trasladado desde Úbeda a Segovia, y en Despeñaperros la comitiva se encuentra con el hidalgo y su criado.
En el repaso a los sueños que interpela la obra en su desarrollo, en la que pareció que el actor perdía el hilo del texto (él mismo lo comentó), El Brujo destaca las señales y los símbolos como fases del espíritu, un estado que “en todo hombre es ‘artista’ y es salvaje: quiero decir libre”.
La oscuridad de la opresión también le sirvió al intérprete/religioso para otorgar la luz salvadora al sojuzgado, para evadirse de la cárcel física y mental y para aparecer desnudo de todo lastre, y también de cuerpo, en el patio del claustro de las Franciscanas de Toledo, y así exponer el éxito anímico de la libertad.
“Vivan sin miedo”, aconsejó El Brujo en la despedida al público almagreño. En este punto se mostró conmovido, tanto por el mensaje como por la respuesta del público a la cultura en carácter general en toda España, y en Almagro de manera particular. “Gracias por venir, apoyar y estar con la mascarilla”, dijo, a la vez que invitó a escuchar la música del genio Morente.