Pero la fe es mucho más antigua. Para el desarrollo de esa fe en la concepción inmaculada fue muy importante la fiesta litúrgica que hoy celebramos. Sus orígenes pueden rastrearse hasta los inicios del siglo VIII, en Oriente, donde se celebraba, el día 9 de diciembre, la “Concepción de Santa Ana”.
Sobre el significado de la fiesta decía San Juan de Eubea: “Si se celebra la dedicación de un nuevo templo, ¿cómo no se celebrará con mayor razón esta fiesta tratándose de la edificación del templo de Dios, no con fundamentos de piedra, ni por mano de hombre? Se celebra la concepción en el seno de Ana, pero el mismo Hijo de Dios la edificó con el beneplácito de Dios Padre, y con la cooperación del santísimo y vivificante Espíritu”.
Esta fiesta deriva de lo que nos cuenta el apócrifo Proto-evangelio de Santiago: “Y he aquí que se presentó un ángel de Dios, diciéndole: ‘Ana, Ana, el Señor ha escuchado tu ruego: concebirás y darás a luz y de tu prole se hablará en todo el mundo’. Ana respondió: ‘Vive el Señor, mi Dios, que, si llego a tener algún fruto de bendición, sea niño o niña, lo llevaré como ofrenda al Señor y estará a su servicio todos los días de su vida’… Y al llegar Joaquín con sus rebaños, estaba Ana a la puerta. Esta, al verlo venir, echó a correr y se abalanzó sobre su cuello, diciendo: ‘Ahora veo que Dios me ha bendecido copiosamente, pues, siendo viuda…, dejo de serlo, y, siendo estéril, voy a concebir en mi seno”.
Joaquín, el esposo sin descendencia, avergonzado, había dejado a Ana y se había marchado al desierto: por eso Ana se considera “viuda”.
Concepción de la Santísima Virgen María
La celebración litúrgica pasó a Occidente en torno al siglo IX en Italia meridional (Nápoles), y se celebraba en Inglaterra en el siglo XI, el día 8 de diciembre, con el nombre de “Concepción de la Santísima Virgen María”.
Algunos autores dicen que, en el siglo VII, y por obra de San Ildefonso (606-669), arzobispo de Toledo, ya se celebraba la fiesta de la Concepción Inmaculada en España. Pero no hay seguridad documental para afirmar esto. Lo que sí podemos decir es que el arzobispo visigodo fue el paladín de la Inmaculada en la España de su época. Dice la tradición que, por ser un férreo defensor de la Inmaculada, María le favoreció con grandes milagros. Uno de ellos es el que ha sido representado en el arte como “la imposición de la casulla a san Ildefonso”:
“Una noche de diciembre, él, junto con sus clérigos y algunos otros, fueron a la iglesia, para cantar himnos en honor a la Virgen María. Encontraron la capilla brillando con una luz tan deslumbrante, que sintieron temor. Todos huyeron excepto Alfonso y sus dos diáconos. Estos entraron y se acercaron al altar. Ante ellos se encontraba María, la Inmaculada Concepción, sentada en la silla del obispo, rodeada por una compañía de vírgenes entonando cantos celestiales. María hízole seña con la cabeza para que se acercara. Habiendo obedecido, ella fijó sus ojos sobre él y dijo: ‘Tu eres mi capellán y fiel notario. Recibe esta casulla la cual mi Hijo te envía de su tesorería’. Habiendo dicho esto, la Virgen misma lo invistió, dándole las instrucciones de usarla solamente en los días festivos designados en su honor”.
Un día de fiesta especial
Esta aparición y la casulla, fueron pruebas tan claras, que el concilio de Toledo ordenó un día de fiesta especial para perpetuar su memoria. El evento aparece documentado en el Acta Sanctorum como “El Descendimiento de la Santísima Virgen y de su Aparición”.
Hoy, seguimos celebrando la fiesta: no sé si todos los creyentes comprenden bien el significado profundo de este día. Para eso celebramos: para comprender y para vivir, para ensalzar a Dios por su gracia y para imitar a María. “Sin pecado” (In-maculada) es el lema de esta jornada. Para todos.